El encanto por la izquierda viene dejando a la derecha arrinconada en América Latina, precisamente cuando se nos ha hablado de la “crisis de las ideologías”, cuando cada vez menos, mucho menos, aparece un texto reimpreso de Lenin u otro de los clásicos, de aquellos que todos sabemos apasionó a generaciones de jóvenes de los sesenta y setenta.
Se podrá sostener que estamos en el umbral de revoluciones sin sangre en contra de un capitalismo, probablemente agonizante, dándole el paso a nuevas formas de socialismo o de Estado socialista. Todo es posible. Sin embargo, llama la atención la plataforma social que encarna al voto a favor de la tendencia hacia una nueva izquierda.
¿Cuál es la mayor aspiración del ciudadano que en América Latina ha respaldado con su voto a candidatos provenientes de la izquierda? ¿Ha votado a favor o en contra de situaciones que se arrastran progresivamente desde los años ochenta? ¿Se aspira a un cambio se sistema? ¿Se pone de manifiesto la decisión ciudadana en contra del sistema?
No quedo claro. Se observa un obvio disgusto por el manejo de los asuntos económicos; gestiones acusadas por la falta de transparencia o rendición de cuenta respecto al uso de las recaudaciones contra las demandas ciudadanas sobre los servicios básicos o, lo que es igual, la calidad de vida. Un reclamo históricamente insatisfecho (deuda social) en cuanto a energía eléctrica, agua, salud, educación, viviendas, transporte.
América Latina recoge en un retrato, con vista panorámica, el lento crecimiento de su inversión privada, el círculo vicioso de cada gestión gubernamental de incentivo a la inversión extranjera. El crecimiento, sin importarnos ahora si es neoliberal o de otra especie, se expresa casi en los mismos renglones, con raíces en una economía sustentada en el servicio y las remesas. Y una pobre capacidad para la generación de dólares.
Tantos años repitiéndose, ya en forma cíclica o en espiral, la historia de nuestros países latinoamericanos, y sintiéndose el ciudadano sin una redistribución de las riquezas a la altura de sus esperanzas, el dedo ha marcado con una cruz de condena a los partidos políticos tradicionales. La crisis, aparentemente del modelo de crecimiento económico, casi común a toda América Latina, viene reflejándose en el voto. Y el ciudadano ha salido a las calles a buscar soluciones políticas para una crisis de sus utopías, porque aún me siento inseguro de afirmar que todo voto por la siniestra va a favor de la eliminación definitiva de la diestra o del capitalismo. El voto expresa una esperanza de vida.
Si se recurre a un nuevo discurso, acompañado de posibles soluciones menos moderadas respecto a las aplicadas por las derechas derrotadas, induciríamos que la crisis del modelo de crecimiento económico adoptado en América Latina condujo a una crisis del quehacer político de los partidos conservadores o liberales, de derecha o centro izquierda o cual fuere su denominación. Por lo menos está en fase de radical cuestionamiento.
¿Qué hay detrás del voto que apela a la siniestra, condenando a la diestra?
Juzgando a priori, sin un recurso científico o academicista en que aferrarme, se me ocurre soltar la siguiente percepción: el ciudadano de América Latina busca un liderazgo político comprometido con sus esperanzas, sin importarle su derecha o su izquierda. Es la necesidad de reconstruir la confianza en el poder desde el poder individual del voto para sentirse relativamente estable, existencialmente seguro, con respuestas a su inmediatez de carácter primaria, en el cual confluyen lo moderno y la posmodernidad en sus relaciones sociales, económicas y estilos de vida.