Ángel Barriuso/independencia nacional
No lo he visto pero un amigo me dijo que en uno de los ingenios de San Pedro de Macorís vio una tarja en la cual se afirma: 26 de febrero de 1844, Día de la Independencia Nacional; y con plena razón el amigo Horacio se mostró inquieto porque en su vida estudiantil siempre recibió la información de que el día 27 de febrero fue cuando se escuchó el trabucazo para proclamarnos libre del yugo haitiano.
No obstante el día, esta independencia del dominio haitiano sobre nuestro país fue relativamente efímera, aunque no tanto como aquella encabezada por el doctor José Núñez de Cácares, en el año 1821, quien inmediatamente invitó a Haití a celebrar el acontecimiento para que dos Estados pudieran compartir la isla de muy buenas maneras, es decir como excelentes vecinos: dos Haití en una misma isla.
Sin embargo, la invitación de Núñez de Cáceres habría sido recibida por los haitianos como su gran oportunidad, de tal suerte que en 1822 fuimos ocupados por el Haití de origen francés que se adueñó por 22 años del Haití Español, precisamente en un mes de febrero. La recuperación de nuestro territorio, que estuvo en manos de los haitianos, nos dejó en un Estado nacional y con nombre propio hasta el 1861 cuando optamos por volver a España en condición de colonia, por razones rediscutidas.
He aquí el tema. En 1822 se produjo una lucha anticolonial, muy propia de lo que acontecía en el resto de América hispánica. Grupos criollos (nacidos y criados en el territorio colonizado) auspiciaron la necesidad de apropiarse de su propio destino con movimientos anticolonialistas o de independencia. Podría decirse –sin ánimo de competir con ningún historiador, simple curiosidad personal- que se trató de luchas por la definición de una identidad, por la visibilidad política de una nueva cultura, un nuevo territorio, valores nativos o criollos que evolucionaron paralelos a los valores impresos por los dominios coloniales. Una perspectiva de lo nacional, de la defensa del yo, de la existencia comprobada de un nuevo continente, con sus hábitos y patrones de vida.
¿Por qué llamar independencia nacional a la lucha contra la ocupación haitiana de 1844 cuando la rotura con el colonialismo fue precisamente en 1821?
En 1916 fuimos ocupados por tropas estadounidenses, y hasta el 1924 se constituyeron en el centro de las decisiones administrativas y políticas en nuestro territorio. ¿Fuimos tratados como colonia? ¿Cómo llamar al episodio histórico de 1863? ¿Simple restauración? ¿Cómo podríamos bautizar el hecho de desocupación norteamericana en 1924, restauración? ¿Por qué la lucha anticolonial de 1863 es un proceso de restauración, porque simplemente volvíamos al concepto duartiano? ¿Habría sido Núñez de Cáceres la pauta de guerra de independencia, la idea de un Estado nacional?
Obvio, la lucha contra Haití fue de independencia pero creo que la gran batalla independentista ocurrió en 1863 porque fue el acontecimiento de corte radical del cordón umbilical que históricamente nos ató al origen colonial hispánico en el siglo XIX, porque en el 1916 se materializa la decisión de nuestras naciones por la defensa de nuestra naturaleza en el siglo XX, por la restauración de nacional, de lo propio.
lunes, 7 de marzo de 2011
Gobernar es un servicio del Estado
Ángel Barriuso/gobernar
Desde la perspectiva de los gobiernos municipales o locales, lo mismo que desde un asiento en la presidencia de la República, gobernar es un servicio del Estado.
En una sociedad pautada por procesos electorales para la remoción y/o renovación de su liderazgo gubernamental, la burocracia estatal es un servicio al ciudadano.
Igualmente, los policías constituyen servidores públicos, y los miembros de las Fuerzas Armadas, y aunque podamos verlos circunstancialmente como muy superiores, están para servir al ciudadano, a la sociedad, en cuanto a los asuntos de soberanía, de preservación o defensa de los espacios marítimos, aéreos y territoriales.
¿Quién paga a los servidores públicos?
El ciudadano. Y lo hace al través de los impuestos, por vía directa o mediante el consumo de bienes y servicios.
Luego, ¿cuál ha ser la relación de quien ejerce el poder en calidad de gobernante con quienes ejercen su poder en calidad de ciudadano? De franca transparencia, de derechos y deberes, de obligaciones, responsabilidades, y de compromisos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Esto es la teoría, el mundo ideal.
¿Es el político ascendiente un extraño en lo que respecta a nuestra vecindad, nuestra condición barrial, social, hábitos y costumbres?
Jamás. El político militante, activo, miembro o no de un partido político, aspira al poder, a gobernar, partiendo del principio de que asume el encargo, jura por el bienestar común, que para escogerlo nos vende esperanzas, sueños; cuando está ejerciendo un mandato los sueños y las esperanzas tienen que “aterrizar” al plano de las realizaciones, a satisfacer necesidades mínimas o medianamente aceptables por la sociedad.
Obvio, desde fuera de la jefatura estatal, fuera de toda gestión gubernamental, la realidad puede verse de una manera, y ciertamente que desde arriba se verá de otra. Por algo bien sencillo: el conflicto de intereses. Porque en una sociedad hay y habrá siempre distintas formas de vernos la vida, la existencia, nuestra comodidad, la individualidad.
La solución salomónica se recoge en una frase: calidad de vida.
Durante el desarrollo de una gestión gubernamental o municipal la estrategia es ganar/ganar. Pensemos siempre desde la lógica del ciudadano, porque al principio y al final de la cuenta, el origen de todo gobierno, la plataforma de la gobernabilidad y gobernanza (no importa el nivel teórico ni su concepción ideológica), está en el ciudadano, en su calidad de vida, en su necesidad de progresar, de estabilidad social, económica y emocional. Los japoneses entendieron que existían en la escasez y su gobernabilidad y gobernanza radicaba, en consecuencia, en el bienestar común. ¿Qué hicieron para avanzar, lograrlo, emprender, actuar? Asumieron al Estado como entrenador, entrena a la sociedad, al ciudadano, y lo organiza alrededor de valores.
Desde la perspectiva de los gobiernos municipales o locales, lo mismo que desde un asiento en la presidencia de la República, gobernar es un servicio del Estado.
En una sociedad pautada por procesos electorales para la remoción y/o renovación de su liderazgo gubernamental, la burocracia estatal es un servicio al ciudadano.
Igualmente, los policías constituyen servidores públicos, y los miembros de las Fuerzas Armadas, y aunque podamos verlos circunstancialmente como muy superiores, están para servir al ciudadano, a la sociedad, en cuanto a los asuntos de soberanía, de preservación o defensa de los espacios marítimos, aéreos y territoriales.
¿Quién paga a los servidores públicos?
El ciudadano. Y lo hace al través de los impuestos, por vía directa o mediante el consumo de bienes y servicios.
Luego, ¿cuál ha ser la relación de quien ejerce el poder en calidad de gobernante con quienes ejercen su poder en calidad de ciudadano? De franca transparencia, de derechos y deberes, de obligaciones, responsabilidades, y de compromisos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Esto es la teoría, el mundo ideal.
¿Es el político ascendiente un extraño en lo que respecta a nuestra vecindad, nuestra condición barrial, social, hábitos y costumbres?
Jamás. El político militante, activo, miembro o no de un partido político, aspira al poder, a gobernar, partiendo del principio de que asume el encargo, jura por el bienestar común, que para escogerlo nos vende esperanzas, sueños; cuando está ejerciendo un mandato los sueños y las esperanzas tienen que “aterrizar” al plano de las realizaciones, a satisfacer necesidades mínimas o medianamente aceptables por la sociedad.
Obvio, desde fuera de la jefatura estatal, fuera de toda gestión gubernamental, la realidad puede verse de una manera, y ciertamente que desde arriba se verá de otra. Por algo bien sencillo: el conflicto de intereses. Porque en una sociedad hay y habrá siempre distintas formas de vernos la vida, la existencia, nuestra comodidad, la individualidad.
La solución salomónica se recoge en una frase: calidad de vida.
Durante el desarrollo de una gestión gubernamental o municipal la estrategia es ganar/ganar. Pensemos siempre desde la lógica del ciudadano, porque al principio y al final de la cuenta, el origen de todo gobierno, la plataforma de la gobernabilidad y gobernanza (no importa el nivel teórico ni su concepción ideológica), está en el ciudadano, en su calidad de vida, en su necesidad de progresar, de estabilidad social, económica y emocional. Los japoneses entendieron que existían en la escasez y su gobernabilidad y gobernanza radicaba, en consecuencia, en el bienestar común. ¿Qué hicieron para avanzar, lograrlo, emprender, actuar? Asumieron al Estado como entrenador, entrena a la sociedad, al ciudadano, y lo organiza alrededor de valores.
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