Ángel Barriuso/servidor público, Estado
Desde la perspectiva de los gobiernos municipales o locales, lo mismo que desde un asiento en la presidencia de la República, gobernar es un servicio del Estado.
En una sociedad pautada por procesos electorales para la remoción y/o renovación de su liderazgo gubernamental, la burocracia estatal es un servicio al ciudadano.
Igualmente, los policías constituyen servidores públicos, y los miembros de las Fuerzas Armadas, y aunque podamos verlos circunstancialmente como muy superiores, están para servir al ciudadano, a la sociedad, en cuanto a los asuntos de soberanía, de preservación o defensa de los espacios marítimos, aéreos y territoriales.
¿Quién paga a los servidores públicos?
El ciudadano. Y lo hace al través de los impuestos, por vía directa o mediante el consumo de bienes y servicios.
Luego, ¿cuál ha ser la relación de quien ejerce el poder en calidad de gobernante con quienes ejercen su poder en calidad de ciudadano? De franca transparencia, de derechos y deberes, de obligaciones, responsabilidades, y de compromisos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Esto es la teoría, el mundo ideal.
¿Es el político ascendiente un extraño en lo que respecta a nuestra vecindad, nuestra condición barrial, social, hábitos y costumbres?
Jamás. El político militante, activo, miembro o no de un partido político, aspira al poder, a gobernar, partiendo del principio de que asume el encargo, jura por el bienestar común, que para escogerlo nos vende esperanzas, sueños; cuando está ejerciendo un mandato los sueños y las esperanzas tienen que “aterrizar” al plano de las realizaciones, a satisfacer necesidades mínimas o medianamente aceptables por la sociedad.
Obvio, desde fuera de la jefatura estatal, fuera de toda gestión gubernamental, la realidad puede verse de una manera, y ciertamente que desde arriba se verá de otra. Por algo bien sencillo: el conflicto de intereses. Porque en una sociedad hay y habrá siempre distintas formas de vernos la vida, la existencia, nuestra comodidad, la individualidad.
La solución salomónica se recoge en una frase: calidad de vida.
Durante el desarrollo de una gestión gubernamental o municipal la estrategia es ganar/ganar. Pensemos siempre desde la lógica del ciudadano, porque al principio y al final de la cuenta, el origen de todo gobierno, la plataforma de la gobernabilidad y gobernanza (no importa el nivel teórico ni su concepción ideológica), está en el ciudadano, en su calidad de vida, en su necesidad de progresar, de estabilidad social, económica y emocional. Los japoneses entendieron que existían en la escasez y su gobernabilidad y gobernanza radicaba, en consecuencia, en el bienestar común. ¿Qué hicieron para avanzar, lograrlo, emprender, actuar? Asumieron al Estado como entrenador, entrena a la sociedad, al ciudadano, y lo organiza alrededor de valores.