martes, 24 de noviembre de 2009

El cuestionamiento social

Diversas mercancías han llegado al mercado y la sociedad, expuesta permanentemente a las ofertas, parece medio agotada. Hoy se queja de las frutas que observa podridas y de aquellas en proceso de corromperse. Se cuestiona, en la plaza, cuanto entra al ritmo de los acontecimientos, y el cuestionamiento a todo, absolutamente a todo, terminará en una nueva corriente de pensamiento respecto a lo que existe.
La historia de la humanidad trae ejemplos de sobra en relación a acontecimientos de igual naturaleza. Perdemos la fe y cuando se pierde entramos precisamente en un proceso de construcción de nuevas aspiraciones o del replanteo de la propia fe. ¿En qué creo, en quién creo, en qué debemos creer o en quiénes debemos creer?
La pérdida de la fe es una pérdida de la confianza, y cuando dejamos de confiar posiblemente hemos perdido la credibilidad. Cuando se nos otorga un crédito es porque quien lo hace ha confiado y tiene fe en que podemos pagar y pagaremos. Quién ha depositado la confianza en alguien está convencido de su credibilidad, de referencias, en los antecedentes y en un presente compartido.
El presente está íntimamente vinculado al futuro, y cuanto lo cuestionamos todo desde la perspectiva del presente, de lo que tenemos ante nuestros ojos y oídos, de nuestra percepción y realidad, subyace un temor por nuestro futuro, esto es igual a la resistencia que hacemos a la posibilidad o a cualquier posibilidad de que el futuro se convierta en una nube incierta. Y esto explica el dicho de que la luz es el camino.
Se progresa en la medida en que cuestionamos. Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga pero jamás podemos vivir en la indiferencia absoluta. Podríamos, en cualquier caso, tratar de ser indiferentes como mecanismo de defensa. La ciencia y la tecnología han avanzado en la medida de la rebeldía. De la inconformidad.
Siempre debemos pensar en que podemos hacerlo mejor, mucho mejor. Hemos alcanzado las metas de unos objetivos bien claros. Hecho esto, ¿qué cuánto podríamos continuar? Sabemos que existimos, ahora, ¿qué haremos con la existencia?
Obvio, organizarnos en torno a la existencia, porque terminaremos cuestionándonos en un pasado siempre indefinido, y entonces nos revolcaremos innecesariamente en la agonía de lo que ya pasó, medio anarquizados, sin rumbo, y el rumbo jamás podemos perderlo, porque todo cuestionamiento ha de llevarnos hacia nuevas formas de existencia, hacia una mayor calidad de la existencia y del entorno. Cuestionarse ha de conducir hacia nuevos paradigmas. Es replantearnos, reconstruirnos. Superarnos.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Hacia un nuevo paradigma en RD

Leyendo a mi amiga Dunia De Windt, en un reciente artículo sobe el hacer política publicado en la SIN.com, podemos concluir en que hemos agotado un modelo político y económico en República Dominicana, la misma situación por la que viene atravesando América Latina y que ha generado respuestas populares dirigidas a llevar al poder a figuras, conocidas o no, con nuevos discursos o que aspiran a superar un pasado inmediato. Respuestas políticas, pienso, a una crisis de las referencias.
Desde la muerte de nuestros líderes históricos (Bosch, Balaguer, Peña Gómez), los partidos políticos no han logrado superar sus limitaciones del modelo vinculado al pensamiento social de sus impulsores, de figuras que nacieron con el siglo XX. Estos líderes dieron muestras de cambio, cuando de una forma u otra trataron de superar sus herencias cognoscitivas (siglo XIX) para situarse en un porvenir que jamás superó los linderos del siglo que los vio desarrollarse.
Sin embargo, ¿qué ha ocurrido con los relevos, las nuevas generaciones?
Posiblemente tienen en su haber virtudes de sus progenitores, de quienes los formaron políticamente, pero aún arrastramos prácticas enmarcadas en estilos y patrones de principios del siglo XX, comportamientos del poder reproducidos por los siglos de los siglos como si jamás estemos en condiciones de situarnos en otra perspectiva histórica. Quizás el hecho de que nuestras economías progresen tan poco respecto a las necesidades y expectativas de los ciudadanos nos hace resbalar muchas veces en la misma pendiente, aún viéndola.
Se modificaron las utopías con la caída del muro del Berlín y, sin embargo, ¿qué ocurrió con nuestros partidos políticos? Las mismas estructuras, en la que confluyen concepciones del partido de masas y populista, lo cual ha traído como consecuencia organizaciones inexistentes como plataformas tangibles. Sólo figuran como marcas, sellos, firmas, nombres y colores, nunca como estructuras con cuerpos medios e intermedios, sin esqueletos. Una masa dispersa.
Yo insisto en que carecemos de partidos políticos, que están crisis, que son estructuras inorgánicas, por decirlo de alguna manera. Luego, ¿cuál es el reto de la sociedad dominicana? Mirar hacia el futuro, tratando de construirlo mediante la reconstrucción de un nuevo proyecto de nación que nos conduzca hacia un nuevo paradigma. Estamos obligados a recomponernos, a reorganizarnos, a replantearnos como sociedad, como nación, como seres históricos, y situarnos en la perspectiva del siglo XXI, en este nuevo siglo. Pero sin parchos. Ir más allá de cualquier reclamo situacional o de coyuntura.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Jacinto en el agua

Cuento

Lo despertó un ruido, una mala sensación de derrumbe. Se mecía la cama y el piso de tierra de su casa de madera vieja. Es el río, pensó. Ha llovido toda la tarde y parte de la noche. Se acostó a las siete y treinta, solo, como de costumbre, apagó la lámpara de gas kerosene, colocó las chancletas debajo y dispuso su cuerpo y el alma a descansar. Pero en la madrugada el río efectivamente sonaba, traía desde las lomas un chorro de agua negra, lodo, trozos de sillas, de arbustos, todo lo que hallaba a su paso. De pie, medio retorció su cuerpo como si quisiera encontrarse en él, encendió la lámpara y miró hacia fuera, hacia la oscuridad ruidosa. En tantos años de la última crecida, no recordaba el comportamiento del río y éste se notaba casi a desbordarse, lo que pondría en peligro la casucha y a los vecinos. ¿Qué hacer? Creyó pensar en distintos caminos, mas su mente quedó en blanco…es difícil levantarse espantado y con un plan. La mente jamás ha funcionado así. Sintió mojada la tierra seca en sus pies, y en su cara cualquier hubiese visto la preocupación, la inquietud perturbadora, la emergencia nocturna por lo inesperado y el mal olor del desastre. Será que arrastra al mundo, demonio. Y no llovía pero tronaba y en el cielo, rayos, relámpagos. Don Jacinto corra, no hay tiempo para nada. Permaneció medio inmóvil. Los vecinos de casuchas dispersas medio se alejaban. Confuso, se sentó, tomó el sombrero que colgaba agarrado de un clavo y los desdibujó entre sus manos. Mientras, las aguas sucias del río agrandaban el surco viejo y medio abandonado. El agua, podría oírse, golpea sobre sus propios pasos. El hombre solitario se abrazó a sí mismo y creyó tener frío, mucho frío. Volvía más agua en torno a sus pies y los escasos vecinos eran menos cada vez, buscaban refugios en la noche tratando de ver caminos seguros. La vista se hacía inmensa sólo con los relámpagos. El estruendo del agua en el lecho desbordado y los truenos en el cielo eran la angustia. Compadre Jacinto deje la casa, volvamos mañana, cuando esto termine.

Era un muchacho alto y delgaducho. El viejo, junto a su mujer y el niño, habían contemplado cómo iba destruyéndose la casa. La tierra hecha lodo lo envolvía todo, todo lo arrastra. La gente gritaba y corrían hacia allá, hacia acá, de un lado al otro. De pronto cayó el niño al agua, y cuando el viejo lo notó se tiró al río sin pensarlo dos veces. Iba el niño aferrado a hojas y palos secos, mientras detrás nadaba el viejo, desde una orilla hacia la otra medio desplazándose con la corriente del río que iniciaba su desborde. Corrían los vecinos tratando de ayudar, y lanzaron una soga. Luego al niño lo vieron medio defendiéndose entre hojas y troncos secos y más atrás, el viejo. Las aguas turbulentas, crecían. De pronto, el viejo y el niño fueron perdiéndose, como si empequeñecieran en la distancia. Iban lejos llevados por el agua, defendiéndose aún, luchando contra el agua sucia. Y los vientos, muy fuertes. El agua del río era una fiera, y lejanamente fueron viéndose los cuerpos del viejo y del niño, y a orillas del río, tembloroso, otro niño solitario, un cuerpo inmóvil y sin ninguna palabra. Ausente. Alguien corría con los brazos abiertos, en forma de cruz, era la mujer, la madre del niño, la mujer del viejo. Y hoy, el agua mojaba los pies descalzos del hombre solitario, del viejo Jacinto, abrazado así mismo, con un dolor que le removía el vientre, tratando de volver en sí cuando un vecino lo arrancó del pasado, de viejas imágenes que dormitaban en sus adentros. ¡La mujer, la mujer….! Volvió a escuchar la voz, no vio a la cara del hombre, sólo escuchaba la voz. ¡La mujer, la mujer, Jacinto! Una mujer joven cayó al agua del río y alguien, posiblemente un vecino cercano, gritó. Medio se incorporó, pero aún la memoria lo situaba en la niñez, quizás el momento lo remitía al pasado, tal vez la sensación de que era el mismo momento, probablemente viejos temores que se creían superados. En aquel entonces, cuando apenas era un niño, el viento era un animal feroz, mojado por intensas lluvias, y hoy simplemente había llovido muy fuerte en la loma pero el río rugía, y ese rugir era lo que, en cierto modo, le estaría sacando el alma a su cuerpo. ¡Una mujer cayó al río….! Corrió Jacinto sin sentir en su espalda el peso de los años, siempre descalzo, pies anchos y dedos largos. Vio a la mujer, y efectivamente el agua la dominaba, y sin pensarlo dos veces, Jacinto se lanzó al río y nadó sorprendentemente buscando maneras de alcanzar a la mujer que iba delante. Don Jacinto está en el agua, es don Jacinto. Ahora, la mujer y don Jacinto luchaban contra la corriente. Eran quizás las cinco de la mañana cuando don Jacinto nadaba por sobrevivir y salvar a la mujer, y a poco tiempo se vio a don Jacinto sosteniendo a la mujer y ambos por aferrarse al trozo de un árbol frondoso. Más debajo de éllos, un grupo de hombres desesperados se las ingeniaban para esperarlos, lanzando al agua del río objetos a través de los cuales capturarlos, cual peces en una red. Y así fue cómo estos hombres lograron sacar a la mujer, y don Jacinto seguía envolviéndose en el tronco medio perdiéndose unos metros más adelante. La mujer preguntaba por don Jacinto. Los hombres miraban esperanzados.

Al siguiente día, el agua había vuelvo a su nivel. El caserío, medio destrozado, hojas y desperdicios por doquier. Aún se distinguía que hubo una crecida. Y ya lo dice el refrán, después de la tormenta llega la calma. Unas mujeres viejas recomponían sus casas. Algunos hombres, machete al cinco, iban río abajo, hasta que de pronto un niño que jugaba con su perro y corría descubrió el cuerpo del viejo, tendido boca arriba entre tallos húmedos y hojas sucias. El cuerpo estaba a medio vestir. Y el niño lo creyó muerto. Pa, pa…llamó a su padre, quien caminaba en su dirección a pocos metros junto a otros hombres. Y para sorpresa de la comarca, don Jacinto había vencido al río.

lunes, 26 de octubre de 2009

Sobre las bombillas que apagamos

Para los extranjeros debo aclarar que este artículo narra lo que ha
venido ocurriendo en República Dominicana desde la mitad del siglo XX hasta
la fecha en un renglón tan vital para el desarrollo de cualquier nación: el
servicio de la energía eléctrica. Este texto fue publicado por quien
suscribe este blog en el periódico Diario Libre, para el cual colabora.
El 16 de enero de 1955, Trujillo emitió el decreto 555 para la compra de la Compañía Eléctrica de Santo Domingo, pagando la suma de trece millones 200 mil pesos, y desde entonces el Estado pasó a producir y distribuir un servicio para su venta y cobro mediante lo que pasó a llamarse "Corporación Dominicana de Electricidad (CDE)".
El país comenzó a crecer, y fueron construidas distintas hidroeléctricas. Sin embargo; la capacidad física instalada para servir la energía fue quedándose atrás e igualmente la reinversión en su mejora técnica, eficiencia y efectividad. El sistema fue colapsando, a lo cual la sociedad agregó, como elemento causal, las fallas administrativas o gerenciales de la CDE.
En los diez años últimos de los gobiernos de Balaguer se buscó una solución mediante su privatización. Y de ahí, las empresas conocidas por las IPPs, para darle respuesta a una crisis en el suministro, que asomó a mediados de los años setenta, y veinte años después repitió con mayor gravedad, y como resultado quien pudo cambió las velas por inversores, hubo compra de plantas particulares para hogares y empresas, y el turismo y zonas industriales decidió independizarse mediante la compra plantas propias.
A la llegada del presidente Fernández en el 1996 se asumió el criterio generalizado en casi toda América Latina y parte de Europa de traspasar al sector privado las empresas en manos del Estado. La privatización, pero en República Dominicana nos inclinamos por la llamada capitalización. Hubo una declaración de sociedad, en la que el Estado continuaba en propiedad o socio con el 50 por ciento de las empresas estatales.
Fruto de la capitalización, el sistema se subdividió en generadores, distribuidores, hidroeléctricas/CDEE. Con esto, una Superintendencia de Electricidad, con su respectiva oficina de protección al consumidor. Se estableció una jerarquía, y no ha funcionado.
En los hechos, la Superintendencia nunca ha sido tal cosa, la CDEE se comporta como una Superintendencia, pero se ha heredado de la empresa Unión Fenosa, una mayor organización en el cobro del servicio. La Unión Fenoso fue la que asoció al Estado dominicana a través de las empresas Edesur y Edenorte.
El Estado quedó socio de empresas generadoras y/o productoras e igualmente en la distribución y/o cobro. También subsidia al sistema. Según los números publicados, mejoró la capacidad instalada y podría satisfacer la demanda, de tal modo que hoy hablamos de “apagones financieros”, aunque persisten las deficiencias en el cableado que recorre barrios y ciudades. Y que se cobra y no se cobra, y sobre la estructura del coste de producción en relación de los beneficios y precio final recibido por el cliente/ciudadano.
Hoy disponemos de un sistema eléctrico semiestatal y con un subsistema de cobro, heredado de las Edes -como ya dijimos-, que opera más o menos organizado. Sin embargo, en ninguna de las Edes escuchan el reclamo de ningún ciudadano, lo cual atropella las relaciones con sus clientes, y el ciudadano percibe que se abusa en su contra, en su calidad de cliente.
Ahora bien, ¿es el administrador o director de la CDEE el jefe del sistema eléctrico? ¿Cuál es la cabeza del sistema eléctrico, quién dispone remedios o la revisión del aparato en los momentos de crisis? ¿Es la Superintendencia la líder del sistema? ¿Dónde inicia y termina el derecho del ciudadano y deberes del sistema eléctrico sobre el ciudadano? ¿Dónde comienza y termina la relación de propiedad del Estado dentro de este sistema? ¿Aguantará el ciudadano los constantes aumentos del precio que paga por el servicio?
En la calle, en cualquier conversación, surge el criterio de que el gobierno que deje resuelto el problema eléctrico se casará con la gloria. Y de esto, nadie tiene duda.

viernes, 9 de octubre de 2009

La prensa impresa que va de caída

Parece que la internet terminará ganándole la batalla a la prensa impresa, quizás queden algunos medios impresos pero es un tal vez. Jóvenes y adolescentes prefieren leerse cualquier información a través de su computador, echando a un lado la tinta. La modernidad, sin embargo, tendrá un impacto social y económico, tal cual ocurrió con la mecanización o industrialización del campo. Allí donde operaban docenas de campesinos labrando la tierra, una máquina está haciendo el trabajo del 95 porciento de ellos, y no hay remedios.
"Other news" es una iniciativa personal que proporciona información que, según dice, deja de salir los medios llamados comerciales. En la dirección http://www.other-news.info/noticias/ encontraremos un interesante texto sobre lo que viene ocurriendo con los periódicos convencionales o no digitales en Europa, ya otros han escrito sobre esto pero este dado nos alegra y nos preocupa. Por un lado, el adelante tecnológica nos arropa y nos contagia, y el otro lado de la cara es la cantidad de personas, profesionales del periodismo, que van quedando sin trabajo.
Y se nos dice que "el siniestro es descomunal".

martes, 29 de septiembre de 2009

Quién soy y qué quiero ser...

No hubo un milagro en Japón para sobreponerse a su empobrecimiento y a los efectos de la bomba atómica. Es una isla compuesta de cuatro islas, con una población de más de 120 millones de personas e igual ha ocurrido en Taiwán, tampoco hubo un milagro ni cosa parecida. Sencillamente apostaron a un futuro, a un plan, a una proyección de sus vidas y explotaron sus potencialidades a partir de definiciones bien claras: quiénes somos, qué podemos ser y podemos hacerlo. Se organizaron.
Nosotros, una isla en el Caribe, hemos entrado al siglo XXI de la misma manera que salimos del siglo XX: sin compromisos de nadie, absolutamente de nadie, en torno a un proyecto de nación en el que todos estemos de acuerdo en exactamente decirnos quiénes somos, qué podemos ser y tenemos que lograrlo. Una historia parecida tuvo Estados Unidos, cuando en el siglo XVIII logaron su independencia y trazaron un camino a partir de sus necesidades y el futuro deseado para Norteamérica.
Tirarle a las garzas es hablar de la calidad de nuestro sistema educativo, por ejemplo, sin decirnos qué ciudadanos queremos construir, qué ciudadanos necesitamos desde el presente de nuestro país de cara al país que queremos construir.
Machaquemos lo siguiente: el ciudadano que queremos construir para qué tipo de país, de nación. ¿A qué país y/o nación aspiramos? ¿Qué papel queremos jugar en el mundo y en nuestro entorno más inmediato desde cualquier punto de vista? ¿Queremos ser peloteros, una factoría turística, un país de zapateros? ¿Una gran zona franca? ¿Agroexportadores? ¿Qué?
Si queremos ser zapateros, entonces tenemos que prepararnos para tal fin, sabiendo, como es natural, qué haremos cuando todos seamos zapateros, porqué y para qué optamos por la condición de país/nación de zapateros. Y si optamos por la zapatería entonces desde la escuela tienen que formarnos como genuinos zapateros, con principios, valores, con capacidad de razonamiento y/o discernimiento para competir con un mínimo de dificultades entre nosotros mismos, en nuestro entorno más inmediato y en el globo, como totalidad, como espacio habitado por personas deseosas de tener zapatos.
Japón y Taiwán han progresado al margen de cualquier milagro. Se propusieron convertirse en potencias económicas. Nosotros podríamos lograr muchas cosas: convertirnos en horticultores, porcicultores, productores de arepas…..condiciones hay para levantarnos más rápido que Lázaro y actuar; pero requerimos, ya, organizarnos mediante el compromiso de qué queremos, qué país queremos y en cuánto tiempo podremos construir el país, la nación, a la que aspiramos. Un proyecto de nación jamás es un discurso político ni siquiera en momentos electorales. Es un camino de compromiso, sin reversa. Es la vida.

martes, 15 de septiembre de 2009

La mujer

Colaboración/cuento/Juan Bosch
En este año se conmora el centenario del natalicio del profesor Juan Bosch, cuentista, novelista, líder político. Nació en La Vega, en el norte de República Dominicana. Fue el primer presidente (1962-63) que tuvimos los dominicanos, muerto Trujillo, es decir desaparecida la dictura de 31 años de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Bosch escribió de política, de sociología política, sobre economía y sobre historia social dominicana. Fue un gran orador político, un gran conversador sobre cualquier tema y polemista. Su pensamiento político fue motivo de gran discusión en distintos momentos de la historia dominicana del siglo XX, principalmente en los últimos 40 años del pasado siglo. Fundó cofundador, en el exilio, del Partido Revolucionario Dominicano y fundador del Partido de la Liberación Dominicana. De gran defensor de la democracia se convirtió en su crítico, declarándose marxita, a finales de los años setenta.


La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparente el acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera.
Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban; algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban. Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos: sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvía rojo; entonces en los ojos de los hombres que desenterraban la carretera se agitaba una hoguera pequeñita, detrás de las pupilas.
La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió también y se posó en la piel gris.
A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces la vista se enferma de tanta amplitud. Pero las planicies están peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapaces coronen cactos. Y los cactos están allá, más lejos, embutidos en el acero blanco.
También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con barro. Algunos están pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse día a día. Las cañas dieron esas techumbres por las que nunca rueda agua.
La carretera muerta, totalmente muerta, está ahí, desenterrada, gris. La mujer se veía, primero, como un punto negro, después, como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisa le moviera los harapos. No la quemaba el sol; tan sólo sentía dolor por los gritos del niño. El niño era de bronce, pequeñín, con los ojos llenos de luz, y se agarraba a la madre tratando de tirar de ella con sus manecitas. Pronto iba la carretera a quemar el cuerpo, las rodillas por lo menos, de aquella criatura desnuda y gritona.
La casa estaba allí cerca, pero no podía verse.
A medida que se avanzaba crecía aquello que parecía una piedra tirada en medio de la gran carretera muerta. Crecía, y Quico se dijo: "Un becerro, sin duda, estropeado por un auto".
Tendió la vista: la planicie, la sabana. Una colina lejana, con pajonales, como si fuera esa colina sólo un montoncito de arena apilada por los vientos. El cauce de un río; las fauces secas de la tierra que tuvo agua mil años antes de hoy. Se resquebrajaba la planicie dorada bajo el pesado acero transparente. Y los cactos, los cactos coronados de aves rapaces.
Más cerca ya, Quico vio que era persona. Oyó distintamente los gritos del niño.
El marido le había pegado. Por la única habitación del bohío, caliente como horno, la persiguió, tirándole de los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.
-¡Hija de mala madre! ¡Hija de mala madre! ¡Te voy a matar como a una perra, desvergonsá!
-Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó -quería ella explicar.
-¿Que no? ¡Ahora verás!
Y volvía a golpearla.
El niño se agarraba a las piernas de su papá, no sabía hablar aún y pretendía evitarlo. Él veía la mujer sangrando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguro mamá moriría si seguía sangrando.
Todo fue porque la mujer no vendió la leche de cabra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cuatro días después, no halló el dinero. Ella contó que se había cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño. Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufriera hambre tanto tiempo.
Le dijo después que se marchara con su hijo:
-¡Te mataré si vuelves a esta casa!
La mujer estaba tirada en el piso de tierra; sangraba mucho y nada oía. Chepe, frenético, la arrastró hasta la carretera. Y se quedó allí, como muerta, sobre el lomo de la gran momia.
Quico tenía agua para dos días más de camino, pero la gastó en rociar la frente de la mujer. La llevó hasta el bohío, dándole el brazo, y pensó en romper su camisa listada para limpiarla de sangre. Chepe entró por el patio.
-¡Te dije que no quería verte má aquí, condená!
Parece que no había visto al extraño. Aquel acero blanco, transparente, le había vuelto fiera, de seguro. El pelo era estopa y las córneas estaban rojas.
Quico le llamó la atención; pero él, medio loco, amenazó de nuevo a su víctima. Iba a pegarle ya. Entonces fue cuando se entabló la lucha entre los dos hombres.
El niño pequeñín comenzó a gritar otra vez; ahora se envolvía en la falda de su mamá.
La lucha era como una canción silenciosa. No decían palabra. Sólo se oían los gritos del muchacho y las pisadas violentas.
La mujer vio cómo Quico ahogaba a Chepe: tenía los dedos engarfiados en el pescuezo de su marido. Éste comenzó por cerrar los ojos; abría la boca y le subía la sangre al rostro.
Ella no supo qué sucedió, pero cerca, junto a la puerta, estaba la piedra; una piedra como lava, rugosa, casi negra, pesada. Sintió que le nacía una fuerza brutal. La alzó. Sonó seco el golpe. Quico soltó el pescuezo del otro, luego dobló las rodillas, después abrió los brazos con amplitud y cayó de espaldas, sin quejarse, sin hacer un esfuerzo.
La tierra del piso absorbía aquella sangre tan roja, tan abundante. Chepe veía la luz brillar en ella.
La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la planicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos. Y cactos embutidos en el acero.