Por considerarlo de interés e igualmente brillante me permito compartir con ustedes este enfoque sobre la democracia, su origen y evolución.
Samuel Quilombo
Me gusta cómo Jacques Rancière, en "El odio a la democracia" (2005), le da vueltas a un concepto tan manoseado, puliéndolo hasta llegar a su esencia. Traduzco de la versión original francesa, que es la que tengo. Los subrayados son míos."He aquí el fondo del problema. Existe un orden natural de las cosas según el cual los hombres que se reúnen son gobernados por aquellos que poseen los títulos para gobernar. La historia ha conocido dos grandes títulos para gobernar a los hombres: uno que obedece a la filiación humana o divina, esto es, la superioridad en el nacimiento; y otro que responde a la organización de las actividades productivas y reproductivas de la sociedad, esto es, el poder de la riqueza. Habitualmente, las sociedades son gobernadas por una combinación de estas dos potencias las cuales son reforzadas, en proporciones diversas, por la ciencia y la fuerza. Pero si los ancianos deben gobernar no sólo a los jóvenes, sino también a los sabios e ignorantes, si los sabios deben gobernar no sólo a los ignorantes sino a los ricos y a los pobres, si deben hacerse obedecer por quienes detentan la fuerza y hacerse comprender por los ignorantes, hay algo más, un título suplementario, común a quienes poseen todos estos títulos pero común también a quienes los poseen y a quienes no los poseen. Ahora bien, el único que queda es el título anárquico, el título propio de aquellos que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados.Es esto lo primero que la democracia quiere decir. La democracia no es ni un tipo de constitución, ni una forma de sociedad. El poder del pueblo no es el de la población reunida, de su mayoría o el de las clases laboriosas. Es simplemente el poder propio de quienes no tienen más título para gobernar que para ser gobernados. No podemos librarnos de este poder denunciando la tiranía de las mayorías, la estupidez de los toscos animales, o la frivolidad de los consumidores. Porque entonces habría que librarse de la misma política. Ésta no existe a menos que exista un título que se añada a aquéllos que funcionan en lo ordinario de las relaciones sociales. El escándalo de la democracia, y del sorteo del cual ella es su esencia, es revelar que este título no puede ser sino la ausencia de título, que en última instancia el gobierno de las sociedades sólo puede basarse en su propia contingencia. Hay personas que gobiernan porque son los más viejos, los mejores nacidos, los más ricos o los más sabios. Hay modelos de gobierno y prácticas de autoridad que se basan en tal y cual distribución de lugares y competencias. Es la lógica que he propuesto pensar bajo el término de policía. Pero si el poder de los ancianos debe ser algo más que una gerontocracia, el poder de los ricos algo más que una plutocracia, si los ignorantes deben comprender que tienen que obedecer las órdenes de los sabios, su poder debe basarse en un título suplementario, el poder de aquellos que no tienen ninguna propiedad que les predisponga más a gobernar que a ser gobernados. Debe convertirse en un poder político. Y un poder político significa, en última instancia, el poder de quienes no tienen una razón natural para gobernar sobre los que no tienen una razón natural para ser gobernados. En definitiva, el poder de los mejores sólo puede legitimarse por el poder de los iguales.Esta es la paradoja con la que se encuentra Platón al tratar el gobierno del azar y que, en su recusación furiosa o bromista de la democracia, debe sin embargo tomarla en cuenta al hacer del gobernante un hombre sin propiedad al que sólo la fortuna lo ha llamado a ocupar ese lugar. Es lo que Hobbes, Rousseau, y todos los pensadores modernos del contrato y de la soberanía se encuentran por su parte a través de las cuestiones del consentimiento y de la legitimidad. La igualdad no es una ficción. Todo superior la sufre, por el contrario, como la más banal de las realidades. No hay amo que no se duerma y se arriesgue así a que su esclavo huya, no hay hombre que no sea capaz de matar a otro, no hay fuerza que se imponga sin que tenga que legitimarse, que por tanto reconozca, para que la desigualdad pueda funcionar, una igualdad irreductible. Desde que la obediencia debe pasar por un principio de legitimidad, desde que debe haber leyes que se impongan en tanto que leyes e instituciones que encarnen el común de la comunidad, el mando debe presuponer una igualdad entre el que manda y el que es dirigido. Quienes se creen astutos y realistas pueden siempre decir que la igualdad no es sino el dulce sueño angelical de los imbéciles y de las almas tiernas. Desgraciadamente para ellos, es una realidad que se verifica en todas partes y sin cesar. No hay servicio que se ejecute, no hay saber que se transmita, no hay autoridad que se establezca, sin que el amo tenga que hablar, por poco que sea,"de igual a igual" con aquel al que ordena o instruye. La sociedad desigual sólo puede funcionar gracias a una multitud de relaciones igualitarias. Esta intricación de la igualdad en la desigualdad es lo que el escándalo de la democracia viene a manifestar para hacer de ella el fundamento mismo del poder común. No es sólo, como suele decirse, que la igualdad de la ley esté ahí para corregir o atenuar la desigualdad de la naturaleza. Es que la "naturaleza" misma se desdobla, la desigualdad natural no se ejerce sino presuponiendo una igualdad natural que la secunda y la contradice. Imposible, si no, que los alumnos comprendan a los maestros y que los ignorantes obedezcan al gobierno de los sabios. Se dirá que para ello hay soldados y policías. Pero aún hace falta que éstos comprendan las órdenes de los sabios y el interés que hay en obedecerles, y así sucesivamente.Esto es lo que la política requiere y lo que la democracia le aporta. Para que haya política, hace falta un título de excepción, un título que se añada a aquéllos por los cuales las sociedades pequeñas y grandes se rigen normalmente y que en un último análisis remiten al nacimiento y a la riqueza. La riqueza persigue su crecimiento indefinido, pero no tiene el poder de excederse a sí misma. El nacimiento lo pretende, pero no puede hacerlo si no es al precio de saltar de la filiación humana a la divina. Entonces funda el gobierno de los pastores, lo que resuelve el problema, pero al precio de suprimir la política. Queda la excepción ordinaria, el poder del pueblo, que no es el de la población o el de su mayoría, sino el poder de cualquiera, la indiferencia de las capacidades para ocupar las posiciones de gobernante y de gobernado. El gobierno político tiene entonces un fundamento. Pero este fundamento también hace del mismo una contradicción: la política es el fundamento del poder de gobernar en su ausencia de fundamento. El gobierno de los Estados sólo es legítimo si es político. Y sólo es político si descansa en su propia ausencia de fundamento. Es lo que quiere decir la democracia entendida exactamente como "ley de la fortuna". Las quejas ordinarias sobre la democracia ingobernable nos reenvían finalmente a esto: la democracia no es ni una sociedad que haya que gobernar, ni un gobierno de la sociedad, ella es propiamente este ingobernable en el que todo gobierno debe descubrir, en definitiva, su fundamento."Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/democracia
http://rebelion.org/noticia.php?id=105682
jueves, 13 de mayo de 2010
martes, 4 de mayo de 2010
Freddy Gatón Arce en la Feria del Libro
En Santo Domingo, capital dominicana, estamos celebrando la XIII Feria Internacional del Libro, dedicada al poeta dominicano Freddy Gatón Arce y, como país, a México. Y, ?quién fue este poeta nuestro? Después de la muerte del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, nuestro país atravesó por un corto tramo de inestabilidad política, de reajuste de sus fuerzas internas, hasta que en 1962 se convocó a elecciones presidenciales. Un golpe de Estado, en septiembre de 1963 corta la posibilidad de democratización, y dos años más tarde, 1965, estalla la llamada revolución de Abril, encabezada por un sector de las fuerzas armadas, aliado al partido derrocado en el 63, que procuraba precisamente el retorno a la constitucionalidad, a la vuelta al poder de los derrocados. En el 66 se producen nuevas elecciones presidenciales, y el país estuvo ocupado, hasta ese momento, por una llamada fuerza de paz, que los dominicanos conocimos como el ejército de ocupación procedente de Estados Unidos. En este contexto surgió el periódico vespertino El Nacional de !Ahora!, y fue dirigido, por mucho tiempo, por el poeta y abogado Gatón Arce, de quien fue su principal editorialista. El director general y propietario lo fue el doctor Rafael Molina Morillo. Aquel diario, su director y su equipo, como tal, hizo historia. A principios de los noventa hablé con esta importante figura respecto a la situación del periodismo dominicano, y lo resumió así: está poco humanizado, ha perdido cualidades, le falta humanizarlo. A continuación copio uno de sus poemas:
Rocío subrosa
Nosotros. Ya no sucede nada. La mar no tiene remordimientos y la brisa no la despeina. Un saludo queda suspenso en las miradas, en las búsquedas íntimas, y no hay más que nosotros. Nosotros: Vlia, tú y yo, que nada sabemos, ni siquiera sonreimos de una vida a otra, y pensamos como si fuéramos uno, uno solo que se desvive en el cielo, de todos los días nublados por azules. Nosotros ya no queremos ni siquiera mirarnos a través de las pupilas azules. Estamos como si fuéramos dos ojos, cuatro y cien corazones desplegados. Ya no podemos más, y Vlía y tú lo comprenden perfectamente. No nos encontramos ni en el cáliz de la redoma de la bruja cargada de lavandas. Creo que nuestros ojos están fatigados de las distancias recorridas, y que no podemos vindicamos en los sueños cargados de rocío febril. Iremos navegando en el mar de todos los sinsabores cuajados de dulzuras y de todas las sagrados mentiras. La vela que asoma a lo lejos Vlía y tú y yo, gaviota de horizonte se ha engrandecido de
vientos para adentrarse en la ría de canalados sentires. Nosotros, ¿qué esperamos de nosotros? ¿Y de ti? ¿Y deVlía? Estamos situados en la infinita distancia de la cercanía y ni siquiera sollozas. Las lágrimas se hicieron para la fuerza. Tendremos que inventar una nueva telepatía de las almas para encontrarnos extraterrenos, o subrosa como quieran los hados de todos nuestros deseos, de los deseos tuyos, de los deseos de Vlía. Ya no podemos cargarnos más de mentiras inclinadas de ojos y dedos de frentes cuidados de cabelleras invisibles. Debemos irnos viendo en ese mapa que carece de posición fisiológica: corazon. Quiero queremos tú y yo y Vlía lo sabemos bien: siempre lo hemos querido en todos los anhelos borrados de sueños que nos vayamos adonde tengamos lo que nadie sabe, lo que todos hemos sabido desde antes de conocernos. Porque ni tus ojos, ni los ojos de Vlía, ni los míos, están espejando nada, ni siquiera a nosotros, Vila. Yo quiero que lo sepas que lo sepamos ya nada acelera mi corazón.
Nosotros. Ya no sucede nada. La mar no tiene remordimientos y la brisa no la despeina. Un saludo queda suspenso en las miradas, en las búsquedas íntimas, y no hay más que nosotros. Nosotros: Vlia, tú y yo, que nada sabemos, ni siquiera sonreimos de una vida a otra, y pensamos como si fuéramos uno, uno solo que se desvive en el cielo, de todos los días nublados por azules. Nosotros ya no queremos ni siquiera mirarnos a través de las pupilas azules. Estamos como si fuéramos dos ojos, cuatro y cien corazones desplegados. Ya no podemos más, y Vlía y tú lo comprenden perfectamente. No nos encontramos ni en el cáliz de la redoma de la bruja cargada de lavandas. Creo que nuestros ojos están fatigados de las distancias recorridas, y que no podemos vindicamos en los sueños cargados de rocío febril. Iremos navegando en el mar de todos los sinsabores cuajados de dulzuras y de todas las sagrados mentiras. La vela que asoma a lo lejos Vlía y tú y yo, gaviota de horizonte se ha engrandecido de
vientos para adentrarse en la ría de canalados sentires. Nosotros, ¿qué esperamos de nosotros? ¿Y de ti? ¿Y deVlía? Estamos situados en la infinita distancia de la cercanía y ni siquiera sollozas. Las lágrimas se hicieron para la fuerza. Tendremos que inventar una nueva telepatía de las almas para encontrarnos extraterrenos, o subrosa como quieran los hados de todos nuestros deseos, de los deseos tuyos, de los deseos de Vlía. Ya no podemos cargarnos más de mentiras inclinadas de ojos y dedos de frentes cuidados de cabelleras invisibles. Debemos irnos viendo en ese mapa que carece de posición fisiológica: corazon. Quiero queremos tú y yo y Vlía lo sabemos bien: siempre lo hemos querido en todos los anhelos borrados de sueños que nos vayamos adonde tengamos lo que nadie sabe, lo que todos hemos sabido desde antes de conocernos. Porque ni tus ojos, ni los ojos de Vlía, ni los míos, están espejando nada, ni siquiera a nosotros, Vila. Yo quiero que lo sepas que lo sepamos ya nada acelera mi corazón.
jueves, 29 de abril de 2010
Un libro de Tejada Holguín
En la Feria Internacional del Libro que se celebra en Santo Domingo, capital dominicana, en estos días de abril hasta los primeros de mayo obtuve el libro "La verdadera historia de la mujer que era incapaz de amar", de Ramón Tejada Holguín. En 125 páginas podemos leer 13 historias bien contadas, con un concepto modernista, en una narrativa de fácil seguimiento, siempre sobre la textura de lo social y netamente urbano: la sociedad de hoy, de su generación.
Esta autor, con otros libros ya publicados, nació en San Francisco de Macoríos, provincia Duarte, en el nordeste de República Dominicana, en 1961. Es sociólogo, pero incursiona en la política, como crítica del quehacer cotidiano de nuestro sistema político, y podemos decir que se trata de una persona que ejerce su ciudadanía con plena conciencia de sus derechos y deberes.
Me gusta su estilo.
El libro recoge las siguientes títulos:
Así llenamos nuestros espacios temporales, La Mónica que me creó, La verdadera historia de la mujer que era incapaz de amar, Cuentos de Frank Ramírez Pérez, Encomio femenino, Los ojos de Sara, El recurso de la cámara lenta, Jon, María y las horas felices, La carta de... ?Sara?, X y Z, Recurrencias, Dominio de la nostalgia y Dinimuto hábitat.
Este libro fue editado por Forolibro, Dirección General de la Feria del Libro, 2010.
Esta autor, con otros libros ya publicados, nació en San Francisco de Macoríos, provincia Duarte, en el nordeste de República Dominicana, en 1961. Es sociólogo, pero incursiona en la política, como crítica del quehacer cotidiano de nuestro sistema político, y podemos decir que se trata de una persona que ejerce su ciudadanía con plena conciencia de sus derechos y deberes.
Me gusta su estilo.
El libro recoge las siguientes títulos:
Así llenamos nuestros espacios temporales, La Mónica que me creó, La verdadera historia de la mujer que era incapaz de amar, Cuentos de Frank Ramírez Pérez, Encomio femenino, Los ojos de Sara, El recurso de la cámara lenta, Jon, María y las horas felices, La carta de... ?Sara?, X y Z, Recurrencias, Dominio de la nostalgia y Dinimuto hábitat.
Este libro fue editado por Forolibro, Dirección General de la Feria del Libro, 2010.
lunes, 19 de abril de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
Sobre don Aquiles Julián
Hace mucho lo conocí pero tenemos unos vínculos tan irregulares que posiblemente le pase por su lado sin que pueda reconocerme, y esto me importa poco. Cuanto me place es la labor que viene desarrollando en su calidad de “editor digitalizado”. ¿Qué está haciendo que me parece loable, importante y comparto con ustedes?
A través de nuestros correos electrónicos recibimos un libro digital, con muchas o pocas páginas, con temas de gran interés; pero la mayoría son libros de cuentos, una novela corta y en algunos reproduce poemas clásicos y modernos. Recoge autores nacionales y de cualquier otra parte del mundo, y recibimos esta publicación sin ningún esfuerzo.
Recientemente nos anunció una colección de narradores dominicanos, de los de hoy, de ayer, anteayer y de los de siempre. Es la tendencia, leer a través de la pantalla de nuestro monitor libros, artículos, informaciones, recibir el impacto de la modernidad. Y si alguien, en este caso Aquiles, decidió hacerlo por cuenta propia, sin pensar si quiera en ganarse unos centavos en esto, lo celebro, lo apoyo y lo subrayo.
Cuando vemos los libros que nos envía no aparece nunca un solo anuncio de ninguna empresa privada ni de ninguna institución gubernamental, lo cual significa que jamás persigue dinero con tales publicaciones y su distribución a través de los correos de todas aquellas personas que conoce o estaría por conocer.
Cuando vi aquello por primera vez, pues me encantó. Y si alguien entiendo que estoy promoviéndolo, perfecto. Es verdad. Porque al hacer estoy tratando de reconocer el
“mérito merecido” de quien hago. En esta caso, Aquiles Julián.
A través de nuestros correos electrónicos recibimos un libro digital, con muchas o pocas páginas, con temas de gran interés; pero la mayoría son libros de cuentos, una novela corta y en algunos reproduce poemas clásicos y modernos. Recoge autores nacionales y de cualquier otra parte del mundo, y recibimos esta publicación sin ningún esfuerzo.
Recientemente nos anunció una colección de narradores dominicanos, de los de hoy, de ayer, anteayer y de los de siempre. Es la tendencia, leer a través de la pantalla de nuestro monitor libros, artículos, informaciones, recibir el impacto de la modernidad. Y si alguien, en este caso Aquiles, decidió hacerlo por cuenta propia, sin pensar si quiera en ganarse unos centavos en esto, lo celebro, lo apoyo y lo subrayo.
Cuando vemos los libros que nos envía no aparece nunca un solo anuncio de ninguna empresa privada ni de ninguna institución gubernamental, lo cual significa que jamás persigue dinero con tales publicaciones y su distribución a través de los correos de todas aquellas personas que conoce o estaría por conocer.
Cuando vi aquello por primera vez, pues me encantó. Y si alguien entiendo que estoy promoviéndolo, perfecto. Es verdad. Porque al hacer estoy tratando de reconocer el
“mérito merecido” de quien hago. En esta caso, Aquiles Julián.
lunes, 12 de abril de 2010
Sobre algunos principios
Cada día me convenzo de la necesidad que tenemos de aprender a pensar con efectividad: ser eficiente y ser efectivo. Y así, aprender a resistir, y aprendido estos dos elementos, lograr alta motivación, una motivación constante. Podemos tener claro el camino, la ruta a seguir, pero perdemos con mucha facilidad la motivación para cumplir exitosamente nuestros retos. Luego, tenemos que aprender a cómo aprender para entonces desamprender aprendiendo de lo nuevo. La otra cosa clave es aprender a comunicarnos consigo mismo y con los demás. En pocas palabras, cinco cuestiones capitales básicas.
miércoles, 7 de abril de 2010
Como si fuera suyo
Cuento – angel barriuso
-Aquí tienes diez pesos. Es lo que le toca, José. A usted, Moreno, tenga lo suyo. Y usted, Ramón, aquí tiene lo que se ha ganado.
Puesto de pie, José se colocó frente a don Pusano, y medio furioso, dijo:
-¡Diez pesos! Pero, ¿cómo va hacer eso, don Pusano, si yo he trabajado la semana entera? ¡No he faltado un solo día de la semana!
Y tratando de aclarar cualquier duda posible, reclamó:
-¡Cuénteme los días de la semana, si no me cree!
El rostro pálido de José estaba sucio, empolvado de la madera, y sudaba. Don Pusano lo miró sin pestañar, con los ojos clavados en lo más profundo de su muchacho. Luego, muy tranquilo, le respondió a José.
-Pues así es. A usted le habíamos dado veinte pesos la semana pasada. ¿Acaso lo olvidó?
-¡Es que no puede ser, usted no me pagó!
-Acuérdese que sí. Piénselo, verá que no miento.
Don Pusano dio la espalda, y cuando lo hizo repitió para sí que nunca miente. José miró a Moreno, a Ramón y a los otros ebanistas, quienes permanecieron en absoluto silencio en cada rincón del estrecho taller. Al notarlos inmóviles, abandonó el lugar sin volver a decir ninguna palabra ni siquiera dejó la ropa sucia ni se lavó la cara y los brazos, como de costumbre.
-Nosotros también terminamos, y nos vamos, don Pusano.
-Nos vemos el lunes, muchachos.
José llegó a la capital durante una mañana cualquier desde El Seibo, donde día a día cuidaba las vacas de su padre en una finca de mucha yerba y pocas reses, con algunas gallinas. Para encontrar naranjas y mangos, tenía que recorrer una distancia dos veces el tamaño del terreno de su padre. “Como dos kilómetros de un lado a otro”, contaba a sus amigos.
A la capital llegó casado con Rolanda Jens, una muchacha graciosa de San Pedro de Macorís. Tenían un solo hijo, de una piel enrojecida, como su padre José, que igualmente miraba con unos ojos verdes, y lo mismo que su progenitor macho, un pelo crespo castaño, casi medio rubio. “No quise esperar a que muriera el Viejo para recibir un pedazo de tierra”, le confesó a su amigo Ramón, cuando en medio de cualquier borrachera recordaba los hatos de El Seibo y el viento seco que de vez en vez soplaba.
Pero el lunes, José fue el primero en llegar a su trabajo y esperó ansioso a don Pusano, y cuando lo tuvo delante sólo atinó a saludarlo, como si nada hubiese ocurrido entre ambos. El patrón, medio sonreído, le puso un brazo en su hombro izquierdo y le preguntó por su familia.
Pasaron dos días y todo transcurría normal, excepto que en sus horas libres José parecía entretenerse con un pedazo de metal, que pulía con esmero en la piedra eléctrica. Fue al cuarto día cuando sus compañeros observaron que tan pronto comía no se despegaba de la piedra eléctrica, con un objeto en sus manos que ya brillaba desde lejos.
-José, tu eres un seibano fuerte. En vez de descansar, como lo hademos nosotros, te pones a fuñir con esa cosa. ¿Qué haces, mi hermano?
-Nada, Ramón, nada…me entretengo.
Una semana después, al medio del viernes había tocones de cedro y caoba, y algunos trozos de pino. Era madera sin pulir, pero en el taller no se podía hacer nada hasta tanto terminaran con entregas pendientes de dos juegos de comedor de seis sillas cada uno y un juego de muebles, y éste último pedido estaba a cargo de José.
-José, ¿ya dejaste descansar la piedra?
-Por qué? ¿Quieres hacerlo, Moreno?
Y uno de los ayudantes estalló en risas, y así rieron todos cual viejos amigos en parrandas. Pronto fue otro día de pago, sábado, y José estaba ya cambiado de ropa. Fue el primero en lavarse los brazos y la cara, y colgar la ropa sucia en un rincón del taller, como de costumbre. Sin embargo, esta vez José tenía en uno de sus bolsillos el objeto metálico al que tanto tiempo dedicó para pulirlo en una máquina eléctrica hasta sacarle filo, cual navaja.
Uno de los muchachos anunció la entrada de don Pusano.
-Ramón, ¿en qué estamos con el comedor que tienes a tu cargo? Ya lo están esperando y necesitamos tenerlo listo a más tardar el miércoles. Los otros juegos, también. En el curso de la próxima semana tenemos que entregar todas las cosas pendientes. Este puede ser un gran mes, y a todos nos puede ir muy bien.
Tan pronto terminó con Ramón, comenzó a llamar uno a uno a cada ebanista, y fue pagándole, dejando de último a José, precisamente el primero en vestirse para esperarlo.
-José, este negocio es como si fuera suyo. Estoy seguro y más que seguro que en El Seibo no te iba tan como aquí. Has aprendido a hacer cosas diferentes. Eres un buen ebanista y un buen tapicero. Y si ustedes no lo sabían, ser un buen ebanista y un buen tapicero es mil veces mejor que ser un albañil. Eso de bregar con cemento y una fuñida pala o un fuñido pico es una brega muy fuerte. Aquí tu trabajas en la sombra, y si quieres hacerte una mecedora para descansar en tu casa, junto a tu mujer y los hijos, mientras ve televisión, lo puedes hacer. Esto es como tuyo.
José lo escuchó atentamente, con una mano dentro de unos de los bolsillos del pantalón. Mientras oía, apretaba el trozo metálico punzante . Moreno estaba a punto de salir del taller, y al verlo tieso se quedó e hizo seña a los muchachos para que nadie saliera del taller.
Don Pusano continuaba inadvertido, hablándole de las bondades del trabajo. José fue acercándose. El trabajo dignifica al hombre, expresó don Pusano. Y José sonrió porque así hablaba su papá cuando él no quería madrugar para ordeñar las vacas. Pero mantuvo una mano en el bolsillo, cual manco. Y volvió a escuchar a don Pusano.
-Así es, José, ven y cobra para que disfrute del fin de semana. Ese juego de muebles te está quedando bien. Sabe, me gustó la forma que le diste al espaldar. No se me había ocurrido una idea así, y eso me hace pensar que un ebanista es como un escultor. Un ebanista bueno, José, es un artista. ¿Qué te parece? ¡Tù eres un artista!
Y don Pusano extendió su brazo a José con un suma de dinero envuelta entre sus dedos.
-Cuéntelo. ¿Sabes una cosa? Tu mereces eso y más…
Y José, con la cara cerrada, como medio distante, cual animal que acecha a su presa, fue acercándose a don Pusano, siempre en silencio.
-Yo te haré rico, José. Tan pronto entreguemos estos trabajos pendientes, haremos un sancocho. Y yo te haré rico.
José empuñó el dinero, y sintió un paquetico más grande que los que pudo recibir en otros días.
-Así es, don Pusano, yo también lo creo.
-Aquí tienes diez pesos. Es lo que le toca, José. A usted, Moreno, tenga lo suyo. Y usted, Ramón, aquí tiene lo que se ha ganado.
Puesto de pie, José se colocó frente a don Pusano, y medio furioso, dijo:
-¡Diez pesos! Pero, ¿cómo va hacer eso, don Pusano, si yo he trabajado la semana entera? ¡No he faltado un solo día de la semana!
Y tratando de aclarar cualquier duda posible, reclamó:
-¡Cuénteme los días de la semana, si no me cree!
El rostro pálido de José estaba sucio, empolvado de la madera, y sudaba. Don Pusano lo miró sin pestañar, con los ojos clavados en lo más profundo de su muchacho. Luego, muy tranquilo, le respondió a José.
-Pues así es. A usted le habíamos dado veinte pesos la semana pasada. ¿Acaso lo olvidó?
-¡Es que no puede ser, usted no me pagó!
-Acuérdese que sí. Piénselo, verá que no miento.
Don Pusano dio la espalda, y cuando lo hizo repitió para sí que nunca miente. José miró a Moreno, a Ramón y a los otros ebanistas, quienes permanecieron en absoluto silencio en cada rincón del estrecho taller. Al notarlos inmóviles, abandonó el lugar sin volver a decir ninguna palabra ni siquiera dejó la ropa sucia ni se lavó la cara y los brazos, como de costumbre.
-Nosotros también terminamos, y nos vamos, don Pusano.
-Nos vemos el lunes, muchachos.
José llegó a la capital durante una mañana cualquier desde El Seibo, donde día a día cuidaba las vacas de su padre en una finca de mucha yerba y pocas reses, con algunas gallinas. Para encontrar naranjas y mangos, tenía que recorrer una distancia dos veces el tamaño del terreno de su padre. “Como dos kilómetros de un lado a otro”, contaba a sus amigos.
A la capital llegó casado con Rolanda Jens, una muchacha graciosa de San Pedro de Macorís. Tenían un solo hijo, de una piel enrojecida, como su padre José, que igualmente miraba con unos ojos verdes, y lo mismo que su progenitor macho, un pelo crespo castaño, casi medio rubio. “No quise esperar a que muriera el Viejo para recibir un pedazo de tierra”, le confesó a su amigo Ramón, cuando en medio de cualquier borrachera recordaba los hatos de El Seibo y el viento seco que de vez en vez soplaba.
Pero el lunes, José fue el primero en llegar a su trabajo y esperó ansioso a don Pusano, y cuando lo tuvo delante sólo atinó a saludarlo, como si nada hubiese ocurrido entre ambos. El patrón, medio sonreído, le puso un brazo en su hombro izquierdo y le preguntó por su familia.
Pasaron dos días y todo transcurría normal, excepto que en sus horas libres José parecía entretenerse con un pedazo de metal, que pulía con esmero en la piedra eléctrica. Fue al cuarto día cuando sus compañeros observaron que tan pronto comía no se despegaba de la piedra eléctrica, con un objeto en sus manos que ya brillaba desde lejos.
-José, tu eres un seibano fuerte. En vez de descansar, como lo hademos nosotros, te pones a fuñir con esa cosa. ¿Qué haces, mi hermano?
-Nada, Ramón, nada…me entretengo.
Una semana después, al medio del viernes había tocones de cedro y caoba, y algunos trozos de pino. Era madera sin pulir, pero en el taller no se podía hacer nada hasta tanto terminaran con entregas pendientes de dos juegos de comedor de seis sillas cada uno y un juego de muebles, y éste último pedido estaba a cargo de José.
-José, ¿ya dejaste descansar la piedra?
-Por qué? ¿Quieres hacerlo, Moreno?
Y uno de los ayudantes estalló en risas, y así rieron todos cual viejos amigos en parrandas. Pronto fue otro día de pago, sábado, y José estaba ya cambiado de ropa. Fue el primero en lavarse los brazos y la cara, y colgar la ropa sucia en un rincón del taller, como de costumbre. Sin embargo, esta vez José tenía en uno de sus bolsillos el objeto metálico al que tanto tiempo dedicó para pulirlo en una máquina eléctrica hasta sacarle filo, cual navaja.
Uno de los muchachos anunció la entrada de don Pusano.
-Ramón, ¿en qué estamos con el comedor que tienes a tu cargo? Ya lo están esperando y necesitamos tenerlo listo a más tardar el miércoles. Los otros juegos, también. En el curso de la próxima semana tenemos que entregar todas las cosas pendientes. Este puede ser un gran mes, y a todos nos puede ir muy bien.
Tan pronto terminó con Ramón, comenzó a llamar uno a uno a cada ebanista, y fue pagándole, dejando de último a José, precisamente el primero en vestirse para esperarlo.
-José, este negocio es como si fuera suyo. Estoy seguro y más que seguro que en El Seibo no te iba tan como aquí. Has aprendido a hacer cosas diferentes. Eres un buen ebanista y un buen tapicero. Y si ustedes no lo sabían, ser un buen ebanista y un buen tapicero es mil veces mejor que ser un albañil. Eso de bregar con cemento y una fuñida pala o un fuñido pico es una brega muy fuerte. Aquí tu trabajas en la sombra, y si quieres hacerte una mecedora para descansar en tu casa, junto a tu mujer y los hijos, mientras ve televisión, lo puedes hacer. Esto es como tuyo.
José lo escuchó atentamente, con una mano dentro de unos de los bolsillos del pantalón. Mientras oía, apretaba el trozo metálico punzante . Moreno estaba a punto de salir del taller, y al verlo tieso se quedó e hizo seña a los muchachos para que nadie saliera del taller.
Don Pusano continuaba inadvertido, hablándole de las bondades del trabajo. José fue acercándose. El trabajo dignifica al hombre, expresó don Pusano. Y José sonrió porque así hablaba su papá cuando él no quería madrugar para ordeñar las vacas. Pero mantuvo una mano en el bolsillo, cual manco. Y volvió a escuchar a don Pusano.
-Así es, José, ven y cobra para que disfrute del fin de semana. Ese juego de muebles te está quedando bien. Sabe, me gustó la forma que le diste al espaldar. No se me había ocurrido una idea así, y eso me hace pensar que un ebanista es como un escultor. Un ebanista bueno, José, es un artista. ¿Qué te parece? ¡Tù eres un artista!
Y don Pusano extendió su brazo a José con un suma de dinero envuelta entre sus dedos.
-Cuéntelo. ¿Sabes una cosa? Tu mereces eso y más…
Y José, con la cara cerrada, como medio distante, cual animal que acecha a su presa, fue acercándose a don Pusano, siempre en silencio.
-Yo te haré rico, José. Tan pronto entreguemos estos trabajos pendientes, haremos un sancocho. Y yo te haré rico.
José empuñó el dinero, y sintió un paquetico más grande que los que pudo recibir en otros días.
-Así es, don Pusano, yo también lo creo.
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