Angel Barriuso/opinión
Estamos repletos de estudios y propuestas de casi la totalidad de los temas en discusión, como se ha dicho en enes ocasiones. Probablemente, van y vienen cuales olas del mar o que, como una pelota de goma, rebotan o desinflan; pero nos muestra la tierra jamás sembrada, aun fértil, hasta imaginarnos a los pájaros comer del fruto que nunca nace.
Algo deja de sacudirnos. Tal vez la falta de compromiso o la conformidad con mirarnos diariamente creídos de que estamos construyendo un futuro, aunque nada más enterremos el día con el amargo sabor de la rutina. En cualquier sesenta minutos nos sentimos removiendo al mundo con arranques emocionales, sin percatarnos del todo, concentrados ciegamente en las partes, improvisando quizás en torno al tronco. La esencia. ¿Nos habremos acostumbrado a remover las hojas sin percibir al tallo? ¿Es que se nos hace imposible ir a la esencia, a la sustancia, a la propia médula?
Aprovechar las horas debería ser un lema o un principio básico para alcanzar un notable avance de personal, profesional o laboral. Cuando así actuemos estaremos implicándonos con mayor efectividad y eficiencia en cuanto a las oportunidades que se nos presentan. Por ejemplo, la convocatoria a plantear posibles soluciones a problemas estructurales se convierte en una innecesaria tarea de lo coyuntural. Volvemos a las hojas, al follaje.
¿Por qué desaprovechar momentos en que podemos replantearnos lo sustancial? ¿Acaso no hemos tenido otras tantas oportunidades para repetirnos? Probablemente nos hace falta reorganizarnos a partir de las responsabilidades, de los retos que asumiremos en relación a los objetivos que habremos de tener como país, como nación. El padre José Luís Alemán solía decir que la mirada de los dominicanos se queda en la punta de la nariz.
Robert B. Reich, en su libro “El trabajo de las naciones”, de finales del pasado siglo XX, decía – y creo que con mucha razón- que “Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos”, y que la principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que, según este autor, “romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos”.
Con mucha falicidad nos quedamos y quedaremos atrapados en la rutina, en la cotidianidad, envueltos en un círculo vicioso, en tanto seamos incapaces de superar los límites para desbordar nuestra imaginación hacia la construcción de un futuro, el futuro deseado por la colectividad o por la suma de sus individuos en la propia diversidad.
Cualquier posibilidad de cambio se queda en un enunciado si jamás asumimos el compromiso individual en lo social con la urgencia del cambio, de la transformación del presente. Nunca un trueque ni una permuta ni un cambalache o un regateo, toda responsabilidad por las innovaciones atraviesa por la decisión inmaculada de asumir los retos y/o desafíos en dirección al qué queremos y cómo lo lograremos.
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