Hace ya algunas semanas anotaba que los ayuntamientos, y en especial Turismo, debían de hacer de nuestras ciudades espacios para el entretenimiento, la diversión, la animación, que permitan al ciudadano apropiarse de su entorno y liberar la carga de los pesados días, de sus preocupaciones cotidianas, de la fatiga del tránsito y del trabajo, de tal manera que un paseo podamos disfrutarlo con un menú u oferta dirigido a la familia y al individuo, con propuestas gratuitas y otras pagas, y dadas nuestra condición isleña acomodarnos cual estancia turística, de turismo interno e internacional.
Estaríamos repitiendo experiencia de otra naciones, nuestra zona colonial aprovecharla al máximo a los fines de transformarla en un lugar atractivo para todo el mundo, sin necesidad de corromperla ni de hacer de su casco un prostíbulo ambulante. Porque cualquier zona colonial es viva, jamás un cementerio ni una tumba para visitar los altares de aquellos que han cumplido 500 años de historia. No negaremos la historia ni el pasado, tampoco dejarnos morir u agotarnos entre cuatro paredes huecas.
Dijo esto en una ocasión: “República Dominicana es vendida como un gran destino turístico en el Caribe, y efectivamente competimos. Pero nos faltan detalles, formas de aprovechamiento de oportunidades que brotan del sentido común ciudadano. Por ejemplo, fiestas populares que adquieren carácter de tradición en Santo Domingo y en otras localidades e igualmente fiestas de palos en San Cristóbal, Baní y en Villa Mella, por citar algunos eventos casi inadvertidos, con excelentes condiciones para promovernos un poquito más”.
También esto otro: “Hace un tiempecito escribí es esta misma página sobre la necesidad de animar la ciudad, una tarea que perfectamente pueden realizar nuestros ayuntamientos o la Secretaría de Estado de Turismo, porque así como tenemos el Festival del Merengue en la avenida George Washington, de igual manera podríamos emprender otros eventos que adquieran carácter popular y que, de una manera u otra, constituyan razón turística, ya para el turista interno o para atraer a extranjeros deseosos de disfrutar de la espontaneidad caribeña.”
Y estas líneas muy a propósito de la inquietud reciente por nuestra ciudad colonial y sus bares y centros de diversión. Para algunos, las cosas van mal. Hay un desorden. Para otros, estos lugares deben de existir. Reitero: podemos construirnos diversión. ¿Imaginemos a la Plaza España desierta, deshabitada? ¿O las casas cerradas de toda la ciudad colonial, sólo con sus luces recordándonos los tiempos idos de la colonia? Residentes en calles dotadas de ruinas colonias, hoy utilizadas para el esparcimiento ocasional, protestan. Es su derecho. Pero, ¿qué pasaría en el Malecón, el escenario natural de fiestas populares y el festival del merengue, si quienes residentes en edificaciones y hoteles también protestaran? Hay trozos de nuestra ciudad que, aunque habitados por distintas familias, constituyen lugares comunes; pero como tienen igual derechos que los demás, entonces Turismo o nuestras autoridades municipales son las llamadas a mediar a los fines de que respetándonos todos, la ciudad jamás pierda sus encantos, su diversión, su esparcimiento, su ritmo, su cadencia, su música y su bolero.
Estaríamos repitiendo experiencia de otra naciones, nuestra zona colonial aprovecharla al máximo a los fines de transformarla en un lugar atractivo para todo el mundo, sin necesidad de corromperla ni de hacer de su casco un prostíbulo ambulante. Porque cualquier zona colonial es viva, jamás un cementerio ni una tumba para visitar los altares de aquellos que han cumplido 500 años de historia. No negaremos la historia ni el pasado, tampoco dejarnos morir u agotarnos entre cuatro paredes huecas.
Dijo esto en una ocasión: “República Dominicana es vendida como un gran destino turístico en el Caribe, y efectivamente competimos. Pero nos faltan detalles, formas de aprovechamiento de oportunidades que brotan del sentido común ciudadano. Por ejemplo, fiestas populares que adquieren carácter de tradición en Santo Domingo y en otras localidades e igualmente fiestas de palos en San Cristóbal, Baní y en Villa Mella, por citar algunos eventos casi inadvertidos, con excelentes condiciones para promovernos un poquito más”.
También esto otro: “Hace un tiempecito escribí es esta misma página sobre la necesidad de animar la ciudad, una tarea que perfectamente pueden realizar nuestros ayuntamientos o la Secretaría de Estado de Turismo, porque así como tenemos el Festival del Merengue en la avenida George Washington, de igual manera podríamos emprender otros eventos que adquieran carácter popular y que, de una manera u otra, constituyan razón turística, ya para el turista interno o para atraer a extranjeros deseosos de disfrutar de la espontaneidad caribeña.”
Y estas líneas muy a propósito de la inquietud reciente por nuestra ciudad colonial y sus bares y centros de diversión. Para algunos, las cosas van mal. Hay un desorden. Para otros, estos lugares deben de existir. Reitero: podemos construirnos diversión. ¿Imaginemos a la Plaza España desierta, deshabitada? ¿O las casas cerradas de toda la ciudad colonial, sólo con sus luces recordándonos los tiempos idos de la colonia? Residentes en calles dotadas de ruinas colonias, hoy utilizadas para el esparcimiento ocasional, protestan. Es su derecho. Pero, ¿qué pasaría en el Malecón, el escenario natural de fiestas populares y el festival del merengue, si quienes residentes en edificaciones y hoteles también protestaran? Hay trozos de nuestra ciudad que, aunque habitados por distintas familias, constituyen lugares comunes; pero como tienen igual derechos que los demás, entonces Turismo o nuestras autoridades municipales son las llamadas a mediar a los fines de que respetándonos todos, la ciudad jamás pierda sus encantos, su diversión, su esparcimiento, su ritmo, su cadencia, su música y su bolero.
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