Opinión/colaboración/
Edgar Valenzuela
La arquitecta Hanoi Sánchez ha contado con nuestro apoyo en importantes reformas urbanas introducidas, con su chispa, en San Juan de la Maguana.
La defendimos, con uñas y dientes, cuando gente de mente cuadrada intentó bloquear la construcción de la Plaza San Juan Bautista, situada a la entrada de la ciudad.
La defendimos cuando algunos envidiosos quisieron hacerle la vida imposible al iniciar la construcción de la Plaza de Anacaona, próxima a las oficinas regionales de Inespre.
Respaldamos públicamente su remodelación de la plaza levantada en homenaje a los héroes de la batalla de Santomé, próxima al sector El Corbano.
Nosotros, que nunca hemos aceptado un sólo centavo de payola de nadie, la hemos defendido anteriormente porque entendemos que es parte de la juventud progresista de nuestro pueblo. De esa juventud que merece una oportunidad para impulsar el progreso de San Juan.
No por el exclusivo hecho de ser una bella mujer ni por razones políticas.
Por eso nos ha sorprendido la noticia que ha sido desmontada la estatua del cacique Caonabo, esculpida por uno de los más geniales escultores dominicanos de todos los tiempos, Abelardo Rodríguez Urdaneta, que estaba ubicada a la entrada de las escuelas Mercedes Consuelo Matos y Francisco del Rosario Sánchez.
Consideramos que es un grave error echar lodo sobre la estatua del Caonado Encadenado, esculpida por Rodríguez Urdaneta. Esta obra de arte simboliza el momento en que el indio criollo fue vilmente engañado y encadenado por el conquistador español.
Según los datos disponibles, el propósito de esta acción es resaltar la estatua de Caonabo Libre, que Hanoi Sánchez hizo instalar en la avenida de circunsvalación.
Nada tenemos en contra de la estatua del Caonabo Libre, porque es una expresión artística que merece respeto.
Pero nada debe tener igualmente en contra, la arquitecta Hanoi Sanchez, ni ninguno de sus asesores, del Caonabo Encadenado porque es igualmente otra expresión artística, digna del mayor de los respetos.
Veamos, fríamente, por qué:
1-La estatua del Caonabo de Abelardo Rodríguez Urdaneta, ha recibido los aplausos de los más exigentes críticos de arte, nacionales e internacionales, durante más de 70 años.
2-Técnicamente, el Caonabo de Aberlardo, está excelentemente esculpido en bronce y su expresión física casi habla.
Su rostro y su cuerpo retratan el atropello comedido por los conquistadores españoles hace más de 500 años en contra de la raza indígena, en su propia tierra.
3-La historia no se puede borrar o cambiar a voluntad. Es como es, aunque no nos guste.
La raza indígena fue exterminada por los conquistadores españoles a partir del siglo XVI, y su cultura reducida a su mínima expresión. Su idioma fue próscrito y sus costumbres suplantadas.
4-El indio, verdaderamente libre, fue Enriquillo. Enriquillo se sublevó en la Sierra de Bahoruco, porque los españoles no le hicieron justicia cuando se querelló en los tribunales cuando el encomendero español le sedujó a Mencía, su mujer.
5-El cacique Caonado, aunque guapo como un león, fue engrillado y murió estando preso. No murió en combate como Guaroa.
Todo el mundo lo sabe, pues estos elementos detalles forman parte de la enseñanda que se imparte en nuestras escuelas públicas.
Por ello no hallamos explicación lógica al desmonte del Caonabo de Abelardo Rodríguez Urnadeta, y nos eriza los pelos sólo imaginar que esta estatua emblemática pueda ser mutilada o desaparecida, no se sabe atendiendo a qué motivaciones.
Esperamos que la sindica Hanoi Sánchez intervenga oportunamente en el caso.
Los verdaderos amigos deben decir lo bueno, pero no deben callar lo malo cuando la realidad así lo demanda.
Nosotros, respaldamos el progreso y la innovación, siempre que sea para mejorar.
A la hora de decorar el altar, es conveniente recordar que no es justo desvestir a un santo para vestir a otro.
El autor es periodista y escritor
miércoles, 19 de agosto de 2009
martes, 11 de agosto de 2009
La visión de lo coyuntural
Angel Barriuso/opinión
Estamos repletos de estudios y propuestas de casi la totalidad de los temas en discusión, como se ha dicho en enes ocasiones. Probablemente, van y vienen cuales olas del mar o que, como una pelota de goma, rebotan o desinflan; pero nos muestra la tierra jamás sembrada, aun fértil, hasta imaginarnos a los pájaros comer del fruto que nunca nace.
Algo deja de sacudirnos. Tal vez la falta de compromiso o la conformidad con mirarnos diariamente creídos de que estamos construyendo un futuro, aunque nada más enterremos el día con el amargo sabor de la rutina. En cualquier sesenta minutos nos sentimos removiendo al mundo con arranques emocionales, sin percatarnos del todo, concentrados ciegamente en las partes, improvisando quizás en torno al tronco. La esencia. ¿Nos habremos acostumbrado a remover las hojas sin percibir al tallo? ¿Es que se nos hace imposible ir a la esencia, a la sustancia, a la propia médula?
Aprovechar las horas debería ser un lema o un principio básico para alcanzar un notable avance de personal, profesional o laboral. Cuando así actuemos estaremos implicándonos con mayor efectividad y eficiencia en cuanto a las oportunidades que se nos presentan. Por ejemplo, la convocatoria a plantear posibles soluciones a problemas estructurales se convierte en una innecesaria tarea de lo coyuntural. Volvemos a las hojas, al follaje.
¿Por qué desaprovechar momentos en que podemos replantearnos lo sustancial? ¿Acaso no hemos tenido otras tantas oportunidades para repetirnos? Probablemente nos hace falta reorganizarnos a partir de las responsabilidades, de los retos que asumiremos en relación a los objetivos que habremos de tener como país, como nación. El padre José Luís Alemán solía decir que la mirada de los dominicanos se queda en la punta de la nariz.
Robert B. Reich, en su libro “El trabajo de las naciones”, de finales del pasado siglo XX, decía – y creo que con mucha razón- que “Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos”, y que la principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que, según este autor, “romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos”.
Con mucha falicidad nos quedamos y quedaremos atrapados en la rutina, en la cotidianidad, envueltos en un círculo vicioso, en tanto seamos incapaces de superar los límites para desbordar nuestra imaginación hacia la construcción de un futuro, el futuro deseado por la colectividad o por la suma de sus individuos en la propia diversidad.
Cualquier posibilidad de cambio se queda en un enunciado si jamás asumimos el compromiso individual en lo social con la urgencia del cambio, de la transformación del presente. Nunca un trueque ni una permuta ni un cambalache o un regateo, toda responsabilidad por las innovaciones atraviesa por la decisión inmaculada de asumir los retos y/o desafíos en dirección al qué queremos y cómo lo lograremos.
Estamos repletos de estudios y propuestas de casi la totalidad de los temas en discusión, como se ha dicho en enes ocasiones. Probablemente, van y vienen cuales olas del mar o que, como una pelota de goma, rebotan o desinflan; pero nos muestra la tierra jamás sembrada, aun fértil, hasta imaginarnos a los pájaros comer del fruto que nunca nace.
Algo deja de sacudirnos. Tal vez la falta de compromiso o la conformidad con mirarnos diariamente creídos de que estamos construyendo un futuro, aunque nada más enterremos el día con el amargo sabor de la rutina. En cualquier sesenta minutos nos sentimos removiendo al mundo con arranques emocionales, sin percatarnos del todo, concentrados ciegamente en las partes, improvisando quizás en torno al tronco. La esencia. ¿Nos habremos acostumbrado a remover las hojas sin percibir al tallo? ¿Es que se nos hace imposible ir a la esencia, a la sustancia, a la propia médula?
Aprovechar las horas debería ser un lema o un principio básico para alcanzar un notable avance de personal, profesional o laboral. Cuando así actuemos estaremos implicándonos con mayor efectividad y eficiencia en cuanto a las oportunidades que se nos presentan. Por ejemplo, la convocatoria a plantear posibles soluciones a problemas estructurales se convierte en una innecesaria tarea de lo coyuntural. Volvemos a las hojas, al follaje.
¿Por qué desaprovechar momentos en que podemos replantearnos lo sustancial? ¿Acaso no hemos tenido otras tantas oportunidades para repetirnos? Probablemente nos hace falta reorganizarnos a partir de las responsabilidades, de los retos que asumiremos en relación a los objetivos que habremos de tener como país, como nación. El padre José Luís Alemán solía decir que la mirada de los dominicanos se queda en la punta de la nariz.
Robert B. Reich, en su libro “El trabajo de las naciones”, de finales del pasado siglo XX, decía – y creo que con mucha razón- que “Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos”, y que la principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que, según este autor, “romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos”.
Con mucha falicidad nos quedamos y quedaremos atrapados en la rutina, en la cotidianidad, envueltos en un círculo vicioso, en tanto seamos incapaces de superar los límites para desbordar nuestra imaginación hacia la construcción de un futuro, el futuro deseado por la colectividad o por la suma de sus individuos en la propia diversidad.
Cualquier posibilidad de cambio se queda en un enunciado si jamás asumimos el compromiso individual en lo social con la urgencia del cambio, de la transformación del presente. Nunca un trueque ni una permuta ni un cambalache o un regateo, toda responsabilidad por las innovaciones atraviesa por la decisión inmaculada de asumir los retos y/o desafíos en dirección al qué queremos y cómo lo lograremos.
lunes, 3 de agosto de 2009
Huesín
cuento/angel barriuso
La mujer, morena, alta y pelo crespo, con ojos saltones en una cara alargada, dejó a la niña en medio de la calle, y gritó: ¡Diablo, llévatela! Y el viento chilló fuerte, un rugido. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y el viento volvió a rugir. La niña triste e indefensa, tal vez con seis años de edad, flacucha y probablemente enfermiza, de un algo que nunca se le curaba desde su nacimiento, quedó sola entre los soplos fuertes del viento.
Un huracán fue anunciado para aquella tarde. El cielo, nublado, y las nubes negras… girando en todas las direcciones. Y las casuchas, todas, con las puertas cerradas, ninguna casa con sus puertas entreabiertas. Todas herméticas y nadie, absolutamente nadie, en la calle, excepto aquella niña dejada por la madre, la mujer que huyó despavorida, posiblemente invocando piedad, con las manos apretándose la cabeza, cual sosteniéndola al tronco de su cuerpo. Su cabello medio estirado, los pies descalzos, siempre de espalda a la niña, nunca más miró hacia atrás. La mujer corrió, corría, y asustada se escondió en la casa, en su hogar vacío, y cerró puertas y ventanas como lo hicieron sus vecinos.
¡Mami, maaami, maaaaaamiiiii…!
Creyó oír la vocecilla de la niña, y el viento fuerte chocaba con las paredes. Se devolvía violento. Una llovizna. La vocecilla se fue perdiendo en el soplo. Nunca antes más indefensa que ahora. ¿Cómo pudo la madre dejar aquella niña, su hija, a la voluntad de algo que estaba fuera de su control? ¿Cómo pudo encomendarla a los espíritus, a las leyendas, a Dios y al demonio? ¿Qué pudo perturbar la tranquilidad de aquella mujer corpulenta, de piernas fuertes? La llovizna dejó de ser tan simple y común, pronto se convirtió en una aguacero fuerte, amenazador. Mucho agua, fuertes vientos. Era el mes de septiembre, cuando los huracanes atraviesan su ruta de todos los años. Y la niña allí, tiesa, probablemente llena de dudas y tal vez con los ojos cerrados como si quisiera jamás ver la tragedia que asoma. ¿Tenía padre, algún hermanito o algún amiguito?
Huesín era su apodo, y ya habrá de imaginarse las razones. La madre, quejosa, buscó remedios sobrenaturales a males que decía eran incurables. Se cansó de los médicos, ningún doctor la convenció de cualquier medicina, en consecuencia recurrió a los curanderos, gente dedicada a curar mediante el uso de hierbas y pócimas, porque al final de las cuentas la mujer, aquella madre perpleja, que apostó al Diablo y a Dios, sin importarle quien actuara primero, estuvo convencida de que la niña era víctima de un mal de ojo de cualquier otra mujer celosa, porque cuando conoció al que cree es el padre de la niña había conocido al hombre con dinero, y a este hombre llevó a la cama. Este la acompañó en cierta noche que al decir de mucha gente su macho y ella cerraron un bar hasta la mañana siguiente, cuando medio dormitando dejaron el lugar y el sol los descompuso a ambos. Esta, se dijo, era una mujer de dichas. En la noche siguiente dejó a San Pedro de Macorís rumbo a la capital, y la cita estaba hecha con otro don Señor, y también amaneció en circunstancias que jamás fueron contadas. Con uno y otro hombre anduvo sin dejar el ánimo en la calle. Fiesta, rones, cervezas, sin horas ni fechas en el almanaque, hasta que unos meses después ni uno ni otro hombre. Estaba preñada. Estaba sola y estuvo sola al momento del parto. E igualmente sola cuando dejó a la niña en la calle justo el día en que se anunciaba el paso de un huracán.
La historia entre vecinos es confusa respecto a la enfermedad de Huesín. Hay quienes aseguran que la niña vino así del embarazo. Otros acusan a la mujer de descuidarse por atenderse ella, sólo ella. La mujer, al perder sus encantos por el embarazo, se miró a sí con desdén y muy a pesar de los consejos jamás se provocó un aborto debido a sus dudas por el supuesto padre de la niña. Si fue el don Señor de la capital o el hombre importante que en San Pedro de Macorís cerró el bar para emborrarse junto a su mujer sin que nadie, absolutamente nadie, los molestara. Y sólo vieron la luz a las seis de la mañana, cuando el sol los despertó de muy mala manera en la calle. Y cuando la niña nació, tan espantosamente delgaducha, la mujer quiso recuperar los nueve meses que creyó perdidos. Desde muy temprano de la mañana, medio recostada a su sombra, se peinaba horas muertas delante de un espejo grande. Se coloreaba la cara como en sus buenos tiempos, y al atardecer se acomodaba en una mecedora en puerta de su la casa, convencida de que los tiempos nunca son recuerdos, que cualquier tiempo pasado nunca sería mejor que ahora. La niña lloraba, y era música lejana en su oído.
Y he aquí a la mujer, cansada, triste y descalza, con los ojos desorbitados, y en medio del viento fuerte de un huracán. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y la niña indecisa, con sus manos en un solo puño debajo de su garganta, retorciéndose de frío o de miedo. La lluvia iba en aumento. ¡Diablo, llévatela si tu la quieres!, y una frase y la otra retumbaba en su casa, cual eco ruidoso. El viento parecía gritar. Huesín cayó al suelo, y volvió a escucharse su voz, tan débil…un gemido. La madre, tratando de incorporarse, miró a la calle, no la vio. Huesín, atrapada entre el viento y la lluvia fuerte. ¡Diablo! ¡Dios!, se repetían palabras dentro de la cabeza de la mujer. Era la madre llena de angustia, era la madre infeliz, sollozante, derrotada, entre cuatro paredes. Sola. Volvió a la ventana, la niña no estaba. Llovía. ¡El viento! La mujer, con una mirada perdida, abrió la puerta, cual si desafiara la furia del viento. Miró allá, allí, a un lado, al otro. La niña no estaba. El viento, la lluvia, la niña no estaba. Furiosa la mujer se colocó exactamente en medio de la calle, justamente donde creyó haber dejado a la niña, hasta que mojada, empapada de agua y sintiéndose perdida, volvió a escuchar un gemido. ¡Maaaamiiiiiii! Y de un salto brusco tomó a la niña sin distinguir el lugar ni cómo estaba Huesín…la abrazó. ¡Mi niña, mi niña, mi niña! Y la niña se aferró a los senos de la madre, la mujer miró a la niña. La alegría parecía posarse en el rostro de la madre, mojado de lluvia y lágrimas. Recuperada. La mujer la sintió en su estómago, dentro, en las entrañas. La madre corría contra el viento en dirección a la casa. ¡Dios, Dios….es mi niña! Y luchaba contra el viento y la lluvia. ¡Dios, Dios…es mi niña!
La mujer, morena, alta y pelo crespo, con ojos saltones en una cara alargada, dejó a la niña en medio de la calle, y gritó: ¡Diablo, llévatela! Y el viento chilló fuerte, un rugido. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y el viento volvió a rugir. La niña triste e indefensa, tal vez con seis años de edad, flacucha y probablemente enfermiza, de un algo que nunca se le curaba desde su nacimiento, quedó sola entre los soplos fuertes del viento.
Un huracán fue anunciado para aquella tarde. El cielo, nublado, y las nubes negras… girando en todas las direcciones. Y las casuchas, todas, con las puertas cerradas, ninguna casa con sus puertas entreabiertas. Todas herméticas y nadie, absolutamente nadie, en la calle, excepto aquella niña dejada por la madre, la mujer que huyó despavorida, posiblemente invocando piedad, con las manos apretándose la cabeza, cual sosteniéndola al tronco de su cuerpo. Su cabello medio estirado, los pies descalzos, siempre de espalda a la niña, nunca más miró hacia atrás. La mujer corrió, corría, y asustada se escondió en la casa, en su hogar vacío, y cerró puertas y ventanas como lo hicieron sus vecinos.
¡Mami, maaami, maaaaaamiiiii…!
Creyó oír la vocecilla de la niña, y el viento fuerte chocaba con las paredes. Se devolvía violento. Una llovizna. La vocecilla se fue perdiendo en el soplo. Nunca antes más indefensa que ahora. ¿Cómo pudo la madre dejar aquella niña, su hija, a la voluntad de algo que estaba fuera de su control? ¿Cómo pudo encomendarla a los espíritus, a las leyendas, a Dios y al demonio? ¿Qué pudo perturbar la tranquilidad de aquella mujer corpulenta, de piernas fuertes? La llovizna dejó de ser tan simple y común, pronto se convirtió en una aguacero fuerte, amenazador. Mucho agua, fuertes vientos. Era el mes de septiembre, cuando los huracanes atraviesan su ruta de todos los años. Y la niña allí, tiesa, probablemente llena de dudas y tal vez con los ojos cerrados como si quisiera jamás ver la tragedia que asoma. ¿Tenía padre, algún hermanito o algún amiguito?
Huesín era su apodo, y ya habrá de imaginarse las razones. La madre, quejosa, buscó remedios sobrenaturales a males que decía eran incurables. Se cansó de los médicos, ningún doctor la convenció de cualquier medicina, en consecuencia recurrió a los curanderos, gente dedicada a curar mediante el uso de hierbas y pócimas, porque al final de las cuentas la mujer, aquella madre perpleja, que apostó al Diablo y a Dios, sin importarle quien actuara primero, estuvo convencida de que la niña era víctima de un mal de ojo de cualquier otra mujer celosa, porque cuando conoció al que cree es el padre de la niña había conocido al hombre con dinero, y a este hombre llevó a la cama. Este la acompañó en cierta noche que al decir de mucha gente su macho y ella cerraron un bar hasta la mañana siguiente, cuando medio dormitando dejaron el lugar y el sol los descompuso a ambos. Esta, se dijo, era una mujer de dichas. En la noche siguiente dejó a San Pedro de Macorís rumbo a la capital, y la cita estaba hecha con otro don Señor, y también amaneció en circunstancias que jamás fueron contadas. Con uno y otro hombre anduvo sin dejar el ánimo en la calle. Fiesta, rones, cervezas, sin horas ni fechas en el almanaque, hasta que unos meses después ni uno ni otro hombre. Estaba preñada. Estaba sola y estuvo sola al momento del parto. E igualmente sola cuando dejó a la niña en la calle justo el día en que se anunciaba el paso de un huracán.
La historia entre vecinos es confusa respecto a la enfermedad de Huesín. Hay quienes aseguran que la niña vino así del embarazo. Otros acusan a la mujer de descuidarse por atenderse ella, sólo ella. La mujer, al perder sus encantos por el embarazo, se miró a sí con desdén y muy a pesar de los consejos jamás se provocó un aborto debido a sus dudas por el supuesto padre de la niña. Si fue el don Señor de la capital o el hombre importante que en San Pedro de Macorís cerró el bar para emborrarse junto a su mujer sin que nadie, absolutamente nadie, los molestara. Y sólo vieron la luz a las seis de la mañana, cuando el sol los despertó de muy mala manera en la calle. Y cuando la niña nació, tan espantosamente delgaducha, la mujer quiso recuperar los nueve meses que creyó perdidos. Desde muy temprano de la mañana, medio recostada a su sombra, se peinaba horas muertas delante de un espejo grande. Se coloreaba la cara como en sus buenos tiempos, y al atardecer se acomodaba en una mecedora en puerta de su la casa, convencida de que los tiempos nunca son recuerdos, que cualquier tiempo pasado nunca sería mejor que ahora. La niña lloraba, y era música lejana en su oído.
Y he aquí a la mujer, cansada, triste y descalza, con los ojos desorbitados, y en medio del viento fuerte de un huracán. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y la niña indecisa, con sus manos en un solo puño debajo de su garganta, retorciéndose de frío o de miedo. La lluvia iba en aumento. ¡Diablo, llévatela si tu la quieres!, y una frase y la otra retumbaba en su casa, cual eco ruidoso. El viento parecía gritar. Huesín cayó al suelo, y volvió a escucharse su voz, tan débil…un gemido. La madre, tratando de incorporarse, miró a la calle, no la vio. Huesín, atrapada entre el viento y la lluvia fuerte. ¡Diablo! ¡Dios!, se repetían palabras dentro de la cabeza de la mujer. Era la madre llena de angustia, era la madre infeliz, sollozante, derrotada, entre cuatro paredes. Sola. Volvió a la ventana, la niña no estaba. Llovía. ¡El viento! La mujer, con una mirada perdida, abrió la puerta, cual si desafiara la furia del viento. Miró allá, allí, a un lado, al otro. La niña no estaba. El viento, la lluvia, la niña no estaba. Furiosa la mujer se colocó exactamente en medio de la calle, justamente donde creyó haber dejado a la niña, hasta que mojada, empapada de agua y sintiéndose perdida, volvió a escuchar un gemido. ¡Maaaamiiiiiii! Y de un salto brusco tomó a la niña sin distinguir el lugar ni cómo estaba Huesín…la abrazó. ¡Mi niña, mi niña, mi niña! Y la niña se aferró a los senos de la madre, la mujer miró a la niña. La alegría parecía posarse en el rostro de la madre, mojado de lluvia y lágrimas. Recuperada. La mujer la sintió en su estómago, dentro, en las entrañas. La madre corría contra el viento en dirección a la casa. ¡Dios, Dios….es mi niña! Y luchaba contra el viento y la lluvia. ¡Dios, Dios…es mi niña!
martes, 28 de julio de 2009
Qué país queremos y cómo lo lograremos
Creo que a los dominicanos, y tal vez a algunas de nuestras naciones de América Latina, nos está faltando pensar en qué convertiremos a nuestro país en el futuro, en un futuro que nunca se pierda en la distancia. Cuando nuestros políticos logran asumir el poder e inician sus gobiernos nunca deberían mantener las promesas de sus campañas electoles porque cuando se está en el poder -pienso- se ofrecen resultados. El político en campaña -estimo- es un predicador que vende esperanzas, pero tan pronto gana unas elecciones debe prepararse para dejar de predicar esperanzas y gobernar en función de construir un destino. Se gobierna los destinos de un país y, en consecuencia, el destino de cada ciudadano. Cualquiera de nosotros podrá organizar sus planes, con sus metas y objetivos para determinados plazos; pero si el Gobierno fracasa estoy seguro que fracasan nuestros planes personales. Todo se trastorna. Estoy convencido de que nuestros gobiernos tienen que anunciarle a sus ciudadanos, tan pronto incian su gestión, qué se logrará al término de su mandato. Si hoy estamos en el puesto número 3, en qué puesto estaremos en cuatro años, por ejemplo. Y en qué condiciones de vida, aspiraría a algo así. Todos aspiramos a mejores condiciones de vida, a una mejor calidad de vida.
Me gusta la forma de los agentes inmboliarios. Cuando están vendiendo un proyecto habitacional muestran a sus potenciales clientes en qué consiste su proyecto, y podemos verlo todo como si estuviéramos viviendo ya en ese proyecto habitacional. Es el retrato vivo de un futuro posible (la maqueta, los planes), y esto es lo que cualquier gobierno en cualquiera de nuestros paises debe proporcionarnos. Es comunicarnos una información y darnos información para una comunicación que fortalezca la confianza en la relación Estado-sociedad. Compro un apartamento en un edificio que está siendo anunciado cuando me muestran todas las posibilidades habitacionales posibles y lo estoy viendo, casi palpando. En tal caso, estoy viendo el futuro y el futuro se me vuelve tangible. Es el éxito, si podríamos decirlo así, de una comunicación de marketing, de la comunicación para la venta de un proyecto de vida.
Me gusta la forma de los agentes inmboliarios. Cuando están vendiendo un proyecto habitacional muestran a sus potenciales clientes en qué consiste su proyecto, y podemos verlo todo como si estuviéramos viviendo ya en ese proyecto habitacional. Es el retrato vivo de un futuro posible (la maqueta, los planes), y esto es lo que cualquier gobierno en cualquiera de nuestros paises debe proporcionarnos. Es comunicarnos una información y darnos información para una comunicación que fortalezca la confianza en la relación Estado-sociedad. Compro un apartamento en un edificio que está siendo anunciado cuando me muestran todas las posibilidades habitacionales posibles y lo estoy viendo, casi palpando. En tal caso, estoy viendo el futuro y el futuro se me vuelve tangible. Es el éxito, si podríamos decirlo así, de una comunicación de marketing, de la comunicación para la venta de un proyecto de vida.
martes, 21 de julio de 2009
Comunicar para fortalecer la confianza
He visto una publicidad de un país de América del Sur dirigida a sus ciudadanos llamada a fortalecer la confianza en la relación Estado-sociedad respecto al uso de los impuestos. Me parece muy bien que una gestión gubernamental desarrolle una campaña publicidad y de comunicación sobre el particular: los impuestos que usted paga al Estado, el Estado se los devuelve en obras de bien común, en obras públicas. Es el mensaje o, por lo menos, así podemos resumirlo.
En la mayoría de nuestros países los gobiernos suelen comportarse en forma diferente, mostrando mayor interés en la información periodística: El gobierno ha mantenido en alta las recaudaciones. Hemos inaugurado equis hospital por obra y gracia de la actual gestión gubernamental. Esta obra fue construida durante la gestión presidencial del período tal. Se ofrecen datos, se enfatiza en la información simple y llana, pero dejamos de comunicarnos.
Otra cosa fuere si dijéramos: Esta obra, inaugurada por la gestión tal, fue hecha con los impuestos que usted paga. Estamos dando información y comunicando algo que todo ciudadano quisiera: qué hacen con los dineros que yo pago en calidad de impuestos. Cuando informamos qué hacemos con los dineros que toda gestión gubernamental recauda a través del cobro de los impuestos ordinarios y extraordinarios estamos comunicando confianza, lo que debemos comunicar es una conducta para fortalecer la confianza en la relación del ciudadano respecto de su gobierno, de sus funcionarios. Comunicamos transparencia, rendición de cuentas.
En la mayoría de nuestros países los gobiernos suelen comportarse en forma diferente, mostrando mayor interés en la información periodística: El gobierno ha mantenido en alta las recaudaciones. Hemos inaugurado equis hospital por obra y gracia de la actual gestión gubernamental. Esta obra fue construida durante la gestión presidencial del período tal. Se ofrecen datos, se enfatiza en la información simple y llana, pero dejamos de comunicarnos.
Otra cosa fuere si dijéramos: Esta obra, inaugurada por la gestión tal, fue hecha con los impuestos que usted paga. Estamos dando información y comunicando algo que todo ciudadano quisiera: qué hacen con los dineros que yo pago en calidad de impuestos. Cuando informamos qué hacemos con los dineros que toda gestión gubernamental recauda a través del cobro de los impuestos ordinarios y extraordinarios estamos comunicando confianza, lo que debemos comunicar es una conducta para fortalecer la confianza en la relación del ciudadano respecto de su gobierno, de sus funcionarios. Comunicamos transparencia, rendición de cuentas.
martes, 14 de julio de 2009
La mamá de la tierra
Cuento/angel barriuso/
Molesto un día con él mismo, don Eusebio Adriano, quien vive junto a gallinas y gallos en una casita sencilla, construida pobremente sobre una lomita de tierra y yerbas, se preguntó: ¿Quién será la mamá de la tierra? Y si tiene una mamá, ¿quién ha sido el papá?
Desde cualquier loma preñada de árboles frutales cualquiera se queda en su pensamiento y ve correr su imaginación cual cinta cinematográfica de la existencia, y en el silencio de la noche perderse con la vista en el cielo sin el tiempo en sus manos para encontrarse con tantas estrellas cual lucerillos inmóviles… hasta que de pronto te sacuda el salto de una estrella de larga y brillante cola, como si fuese un gusanito bailarín, que brincó.
Si la tierra es redonda o cuadrada poco importa, porque la noche es la noche, y es cuando cualquier secreto te espanta la tranquilidad, muy a pesar de las horas que tiene un día, tan claro como una luz, todo en la noche puede verse u oírse. No hay nada tan indiscreto como el silencio de una madrugada cuando se espera el encuentro de los párpados.
Si todos tenemos un padre y una madre, ¿cómo nació la tierra, tan profunda y extensa, tan larga y hermosa, tan calurosa y tan fría?
Don Eusebio Adriano sospechaba de la Luna. La veía siempre, medio coqueta y sonriente, como si guardara un secreto. Y sabía por viejo que las mujeres podían esconder una verdad con tanta inteligencia y gracia, que sólo era descubierta siguiendo en su cara al hilo de su sonrisa muda y su mirada resbalosa. Y la Luna es una mujer muy sabia.
La Luna se posa sobre el agua y permanece como un ojo en la conciencia. Alumbra la cama sin necesidad de encender una vela y nos traza un camino, sin temor a equívocos en ninguna ruta. Sólo la lluvia y las nubes grises son capaces de provocar su huida, de molestarla en su manto, cual lienzo que cuela el aliento.
La Luna es una mujer hermosa y nos protege. No crece una estaca ni una flor si nunca nos llevamos de su consejo. Tiene la virtud de castigar a la tierra y de salvarla. La Luna tiene un sentimiento de complicidad, y don Eusebio Adriano descubrió que gracia a la Luna se podía dominar a la tierra. Sabía perfectamente, por instinto e intuición, que hay una relación única con la tierra. Y no había quien le quitara de su cabeza la conclusión a la cual había llegado: la Luna es la madre de la tierra. Y no sembramos sin la luna.
La tierra sangra como una herida según sea el momento lunar. Y hay una luna tan nueva y llena como un cuarto creciente y un menguante. Pero habrá parido a la tierra precisamente cuando estuvo llena y tan nueva. La mujer quita al hombre de su lado cuando está de luna llena, y su luna nueva le provoca desamor. Sin embargo, queda productiva y puede dejarnos la casa llena de muchachos. La luna llena es alegre, pícara, no se controla y se vuelve menguante cuando reposa y te espera.
Tagátki úkic, kéman taskálu ne métsti, íga gipía í taxpat taskálu ne métsti, es decir: "Un varón vino al mundo, cuando la luna estaba llena, debido a que ella tienen fuerza cuando está llena."
El marido de la Luna es el Sol, y parieron a un hijo, que es la tierra. Y fue en luna llena cuando nació la tierra. El Sol nos salva como lo hace la luna. Protege a la tierra, como lo hace la Luna. Seca a la tierra cuando está tan mojada y en riesgo de muerte o de enfermarse. La tierra se le acerca de vez en vez, quizás buscando calor, cuando se quema la hojarasca seca. El lo puede ver todo, como lo hace la Luna. Uno vigila durante la noche, y el otro hace en el día. Pero, ¿cuándo se descubrieron? ¿Cuándo iniciaron sus pasiones? ¿En un atardecer? El Sol va de manito con la Luna, y cuando la Luna le coquetea…el Sol sonríe. El Sol es orgulloso, con dones de caballero muy a pesar de los encantos solitarios de la Luna, que tiene un cuerpo de queso. El Sol y la Luna se quieren, contó a otros don Eusebio Adriano. Se buscan, sin el uno no hay lo otro. Quizás no se acuestan juntos pero amanecen en el mismo lado de la misma cama. Ella se viste en las aguas mansas del manantial, y el Sol la llena de besos cuando el cielo se torna rojizo. Ella discretamente medio se distancia, pero El la espera cuando el alba con su rocío llena al pasto de emociones y una luz tan clara nos anuncia un nuevo día.
Molesto un día con él mismo, don Eusebio Adriano, quien vive junto a gallinas y gallos en una casita sencilla, construida pobremente sobre una lomita de tierra y yerbas, se preguntó: ¿Quién será la mamá de la tierra? Y si tiene una mamá, ¿quién ha sido el papá?
Desde cualquier loma preñada de árboles frutales cualquiera se queda en su pensamiento y ve correr su imaginación cual cinta cinematográfica de la existencia, y en el silencio de la noche perderse con la vista en el cielo sin el tiempo en sus manos para encontrarse con tantas estrellas cual lucerillos inmóviles… hasta que de pronto te sacuda el salto de una estrella de larga y brillante cola, como si fuese un gusanito bailarín, que brincó.
Si la tierra es redonda o cuadrada poco importa, porque la noche es la noche, y es cuando cualquier secreto te espanta la tranquilidad, muy a pesar de las horas que tiene un día, tan claro como una luz, todo en la noche puede verse u oírse. No hay nada tan indiscreto como el silencio de una madrugada cuando se espera el encuentro de los párpados.
Si todos tenemos un padre y una madre, ¿cómo nació la tierra, tan profunda y extensa, tan larga y hermosa, tan calurosa y tan fría?
Don Eusebio Adriano sospechaba de la Luna. La veía siempre, medio coqueta y sonriente, como si guardara un secreto. Y sabía por viejo que las mujeres podían esconder una verdad con tanta inteligencia y gracia, que sólo era descubierta siguiendo en su cara al hilo de su sonrisa muda y su mirada resbalosa. Y la Luna es una mujer muy sabia.
La Luna se posa sobre el agua y permanece como un ojo en la conciencia. Alumbra la cama sin necesidad de encender una vela y nos traza un camino, sin temor a equívocos en ninguna ruta. Sólo la lluvia y las nubes grises son capaces de provocar su huida, de molestarla en su manto, cual lienzo que cuela el aliento.
La Luna es una mujer hermosa y nos protege. No crece una estaca ni una flor si nunca nos llevamos de su consejo. Tiene la virtud de castigar a la tierra y de salvarla. La Luna tiene un sentimiento de complicidad, y don Eusebio Adriano descubrió que gracia a la Luna se podía dominar a la tierra. Sabía perfectamente, por instinto e intuición, que hay una relación única con la tierra. Y no había quien le quitara de su cabeza la conclusión a la cual había llegado: la Luna es la madre de la tierra. Y no sembramos sin la luna.
La tierra sangra como una herida según sea el momento lunar. Y hay una luna tan nueva y llena como un cuarto creciente y un menguante. Pero habrá parido a la tierra precisamente cuando estuvo llena y tan nueva. La mujer quita al hombre de su lado cuando está de luna llena, y su luna nueva le provoca desamor. Sin embargo, queda productiva y puede dejarnos la casa llena de muchachos. La luna llena es alegre, pícara, no se controla y se vuelve menguante cuando reposa y te espera.
Tagátki úkic, kéman taskálu ne métsti, íga gipía í taxpat taskálu ne métsti, es decir: "Un varón vino al mundo, cuando la luna estaba llena, debido a que ella tienen fuerza cuando está llena."
El marido de la Luna es el Sol, y parieron a un hijo, que es la tierra. Y fue en luna llena cuando nació la tierra. El Sol nos salva como lo hace la luna. Protege a la tierra, como lo hace la Luna. Seca a la tierra cuando está tan mojada y en riesgo de muerte o de enfermarse. La tierra se le acerca de vez en vez, quizás buscando calor, cuando se quema la hojarasca seca. El lo puede ver todo, como lo hace la Luna. Uno vigila durante la noche, y el otro hace en el día. Pero, ¿cuándo se descubrieron? ¿Cuándo iniciaron sus pasiones? ¿En un atardecer? El Sol va de manito con la Luna, y cuando la Luna le coquetea…el Sol sonríe. El Sol es orgulloso, con dones de caballero muy a pesar de los encantos solitarios de la Luna, que tiene un cuerpo de queso. El Sol y la Luna se quieren, contó a otros don Eusebio Adriano. Se buscan, sin el uno no hay lo otro. Quizás no se acuestan juntos pero amanecen en el mismo lado de la misma cama. Ella se viste en las aguas mansas del manantial, y el Sol la llena de besos cuando el cielo se torna rojizo. Ella discretamente medio se distancia, pero El la espera cuando el alba con su rocío llena al pasto de emociones y una luz tan clara nos anuncia un nuevo día.
miércoles, 8 de julio de 2009
Las pausas constructivas, a propósito de Jackson
Por Edgar Valenzuela, periodista/colaboración
La ex esposa del rey del pop Michael Jackson, Lisa Marie Presley, afirma en su blog: "Nuestra relación no era una farsa...Me sentí muy enferma, y emocional y espiritualmente exhausta, en mi intento por salvarlo de cierto comportamiento autodestructivo y de los horribles vampiros y sanguijuelas que siempre lo rondaban".Cuando Juan Luis Guerra se retiró de los escenarios en 1995 nosotros fuimos de los primeros que lamentamos que un artista de su talento, en la plenitud de su vida, y con el éxito en los bolsillos dejara al país huérfano de su arte. En ese momento su proyección en el mundo apenas empezaba, y entendíamos que era un error que abandonara su carrera musical dizque para dedicarse a administrar la estación de radio Viva FM y el canal Mango TV. Ya era millonario, pero entendíamos que su vocación fundamentalmente no era hacer dinero. No tenía alma de comerciante. Más el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio: Juan Luis no podía dormir, sin ingerir pastillas. Las giras internacionales lo tenían stresado. Casi no veía a su esposa Nora y el matrimonio entró en crisis. Las mujeres lo acosaban en busca de compañía y los periodistas en busca de primicias. Juan Luis estaba perdiendo el control, y la visión del ojo izquierdo.Nuestro asombro aumentó cuando nos enteramos que se había convertido al evangelio.En ese tiempo nosotros eramos un brioso reportero del periódico Hoy y nos sentimos desairados cuando nos informaron que Juan Luis decidió no concedernos una entrevista exclusiva que nos había gestionado su relacionadora pública. "A este señor el éxito se le ha subido a la cabeza o se ha vuelto loco", pensamos. No cosa no era tan simple. Y ahora le damos la razón por haber hecho un pausa. Años después nos juntamos, ya era multimillonario, pero era el hombre más humilde, accecible y sin poses de superestrella que hemos tratado. Un ser humano sin complejos.Recordamos a Juan Luis a propósito de la muerte repentina del cantante y bailarín norteamericano Michael Jackson. Michael Jackson ha puesto al descubierto cómo las malas compañías, los aplausos, la fama y el éxito material pueden acabar con cualquiera que no sepa administrar el ego y las luces de los reflectores.Según informes médicos preliminares el cuerpo de Michael Jackson estaba desnutrido y mostraba los estragos causados por las múltiples cirugías estéticas a las que se había sometido y el abuso de analgésitos para calmar el dolor. Era un rehén de la imágen pública.Allegados suyos han revelado que temían desde hace tiempo un desenlace fatal debido a la forma en que ingería los medicamentos.Su vida sexual era desordenada y escándalosa. Varias veces cayó preso por su inclinación a los niños. Estaba quebrado por los gastos personales excesivos, en abogados y en acompañantes.Murió a los 50 años de un paro cardíaco. Estaba rodeado supuestamente de amigos y admiradores. Y sin embargo, ninguno pudo detener su caída. Ni siquiera la bella Lisa Marie Presley quien revela que Michael Jackson presentía su final: "Michael Jackson era un alma torturada que predijo que terminaría como mi padre, Elvis Presley", asegura.
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