martes, 15 de septiembre de 2009

La mujer

Colaboración/cuento/Juan Bosch
En este año se conmora el centenario del natalicio del profesor Juan Bosch, cuentista, novelista, líder político. Nació en La Vega, en el norte de República Dominicana. Fue el primer presidente (1962-63) que tuvimos los dominicanos, muerto Trujillo, es decir desaparecida la dictura de 31 años de Rafael Leónidas Trujillo Molina. Bosch escribió de política, de sociología política, sobre economía y sobre historia social dominicana. Fue un gran orador político, un gran conversador sobre cualquier tema y polemista. Su pensamiento político fue motivo de gran discusión en distintos momentos de la historia dominicana del siglo XX, principalmente en los últimos 40 años del pasado siglo. Fundó cofundador, en el exilio, del Partido Revolucionario Dominicano y fundador del Partido de la Liberación Dominicana. De gran defensor de la democracia se convirtió en su crítico, declarándose marxita, a finales de los años setenta.


La carretera está muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al rojo, un rojo que se hizo blanco. Tornose luego transparente el acero blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera.
Debe hacer muchos siglos de su muerte. La desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban; algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban. Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos: sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvía rojo; entonces en los ojos de los hombres que desenterraban la carretera se agitaba una hoguera pequeñita, detrás de las pupilas.
La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió también y se posó en la piel gris.
A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces la vista se enferma de tanta amplitud. Pero las planicies están peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapaces coronen cactos. Y los cactos están allá, más lejos, embutidos en el acero blanco.
También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con barro. Algunos están pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse día a día. Las cañas dieron esas techumbres por las que nunca rueda agua.
La carretera muerta, totalmente muerta, está ahí, desenterrada, gris. La mujer se veía, primero, como un punto negro, después, como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisa le moviera los harapos. No la quemaba el sol; tan sólo sentía dolor por los gritos del niño. El niño era de bronce, pequeñín, con los ojos llenos de luz, y se agarraba a la madre tratando de tirar de ella con sus manecitas. Pronto iba la carretera a quemar el cuerpo, las rodillas por lo menos, de aquella criatura desnuda y gritona.
La casa estaba allí cerca, pero no podía verse.
A medida que se avanzaba crecía aquello que parecía una piedra tirada en medio de la gran carretera muerta. Crecía, y Quico se dijo: "Un becerro, sin duda, estropeado por un auto".
Tendió la vista: la planicie, la sabana. Una colina lejana, con pajonales, como si fuera esa colina sólo un montoncito de arena apilada por los vientos. El cauce de un río; las fauces secas de la tierra que tuvo agua mil años antes de hoy. Se resquebrajaba la planicie dorada bajo el pesado acero transparente. Y los cactos, los cactos coronados de aves rapaces.
Más cerca ya, Quico vio que era persona. Oyó distintamente los gritos del niño.
El marido le había pegado. Por la única habitación del bohío, caliente como horno, la persiguió, tirándole de los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.
-¡Hija de mala madre! ¡Hija de mala madre! ¡Te voy a matar como a una perra, desvergonsá!
-Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó -quería ella explicar.
-¿Que no? ¡Ahora verás!
Y volvía a golpearla.
El niño se agarraba a las piernas de su papá, no sabía hablar aún y pretendía evitarlo. Él veía la mujer sangrando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguro mamá moriría si seguía sangrando.
Todo fue porque la mujer no vendió la leche de cabra, como él se lo mandara; al volver de las lomas, cuatro días después, no halló el dinero. Ella contó que se había cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño. Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufriera hambre tanto tiempo.
Le dijo después que se marchara con su hijo:
-¡Te mataré si vuelves a esta casa!
La mujer estaba tirada en el piso de tierra; sangraba mucho y nada oía. Chepe, frenético, la arrastró hasta la carretera. Y se quedó allí, como muerta, sobre el lomo de la gran momia.
Quico tenía agua para dos días más de camino, pero la gastó en rociar la frente de la mujer. La llevó hasta el bohío, dándole el brazo, y pensó en romper su camisa listada para limpiarla de sangre. Chepe entró por el patio.
-¡Te dije que no quería verte má aquí, condená!
Parece que no había visto al extraño. Aquel acero blanco, transparente, le había vuelto fiera, de seguro. El pelo era estopa y las córneas estaban rojas.
Quico le llamó la atención; pero él, medio loco, amenazó de nuevo a su víctima. Iba a pegarle ya. Entonces fue cuando se entabló la lucha entre los dos hombres.
El niño pequeñín comenzó a gritar otra vez; ahora se envolvía en la falda de su mamá.
La lucha era como una canción silenciosa. No decían palabra. Sólo se oían los gritos del muchacho y las pisadas violentas.
La mujer vio cómo Quico ahogaba a Chepe: tenía los dedos engarfiados en el pescuezo de su marido. Éste comenzó por cerrar los ojos; abría la boca y le subía la sangre al rostro.
Ella no supo qué sucedió, pero cerca, junto a la puerta, estaba la piedra; una piedra como lava, rugosa, casi negra, pesada. Sintió que le nacía una fuerza brutal. La alzó. Sonó seco el golpe. Quico soltó el pescuezo del otro, luego dobló las rodillas, después abrió los brazos con amplitud y cayó de espaldas, sin quejarse, sin hacer un esfuerzo.
La tierra del piso absorbía aquella sangre tan roja, tan abundante. Chepe veía la luz brillar en ella.
La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la gran carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la planicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos. Y cactos embutidos en el acero.

martes, 8 de septiembre de 2009

El ensayo democrático


Si decidiéramos hacer del hogar un tubo de ensayo sobre la democracia, nos situaríamos en la perspectiva del mando con todos sus matices. Nos sería útil medir y/o verificar el impacto de un modelo autoritario o de un esquema democrático conservador o liberal. Al observar el comportamiento de cada quien, trataría de ponerme en lugar de los unos o los otros, sin sustituirlos, para reconocernos en los hechos y en las circunstancias.
Podemos, y podríamos, ejercer un mando sustentado en el diálogo para comprometernos con el entendimiento. Hoy se insiste en aprender a colocarnos en la mente de nuestros contrarios o de nuestros interlocutores, jamás sustituyéndolos en su comportamiento ni siquiera manipulando sus decisiones, para ayudarnos a entender y a comprender cualquier actitud. Las posibles posturas ante cualquier evento.
El mundo de hoy, según parece, requiere de liderazgos –dentro y fuera del hogar, lo mismo que en las empresas u organizaciones- con una mentalidad entrenada para actuar en un contexto de apertura, flexibilidad, consciente de que día por día nos redescubrimos, nos reinventamos, de manera que resulta tedioso, por así decirlo, perseguir yerros cuando lo fantástico es motivar los éxitos, replicarlos, aún los mínimos.
En el seno de un hogar, muy a pesar de las contradicciones u oposición a prácticas sociales racionalizadas en la individualidad, es preferible –y estoy convencido, muy convencido- motivar, entusiasmar, facilitar, promover, ayudar, para lograr resultados. Asumir una pedagogía participativa y entusiasta, apoyada en valores de solidaridad, cooperación, identidad, competencia, siempre respetando la diversidad, al propio yo.
Prefiero motivar y motivarme en torno a lo que podemos hacer en bien de…pero jamás persiguiendo errores posibles en lo que puede, perfectamente, incurrir cualquier persona. No nacemos sabiendo y la experiencia es acumulativa, cual cuenta de ahorro. Sigo, si se quiere verse así, un patrón de conducta: “¡atrapar a la gente haciendo las cosas bien!”
Meter Thomson, autor de “Los secretos de la comunicación”, señala que mucha gente enfoca su atención en indagar quién cometió los errores, en vez de preocuparse en el qué pasó para corregir o superar los escollos, las dificultades. ¿Qué ganancia puede obtenerse atrapando a quienes hacen las cosas mal, a quienes habrían cometido algún error? Sentirnos amenazados, débiles. Si lo vemos al revés, con una visión más optimista de la vida, estaremos ante las oportunidades. La fortaleza radica en renunciar a las jefaturas convencionales para convertirnos en gestores del buen hacer y tratar de replicar el buen hacer permitiendo, sin temores, las iniciativas. La gestión de las iniciativas..
La buena gestión en la conducción de un hogar, una organización humana, ya sea una empresa o un club deportivo, gana en la medida en que nos desprejuiciemos, dejando la mente libre al incentivo de las potencialidades, de los recursos visibles e intangibles de segunda y tercera persona. De los demás. Pero el secreto, quizás y sin quizás, radica en la lógica del diálogo franco. Jamás cerremos las puertas ni si quiera por la condición jerárquica. Hay que aprender a renunciar al orgullo. Lo lineal versus al verticalismo.
La democracia en el hogar gana con el respeto mutuo. Nunca desmeritando ni siquiera insinuando ataques a la dignidad de los demás. Obvio, debe haber reglas claras, con derechos y deberes conocidos por todos. Lo fatal es asumir el derecho al derecho sin reconocer el deber de los deberes. Cumplo con mis deberes reconociendo los derechos y reclamo mis derechos cumpliendo con mis deberes. Y siempre oír.

lunes, 31 de agosto de 2009

!Muerte de Liborio en primera plana de El Cable!

Por Edgar Valenzuela/Artículo/colaboración
Hay pruebas de que el curandero Olivorio Mateo no murió envenenado como afirma en "El marino rubio y el dios negro", el periodista venezolano Horacio Blanco Fombona, quien fue deportado de Santo Domingo en los años 20 del siglo pasado, cuando denunció en su revista "Letras" las torturas a que fueron sometidos ciudadanos dominicanos durante ocupación militar de 1916 a 1924.
Las envidencias indican que el supuesto envenenamiento de Olivorio Mateo es una de las tantas bolas de humo puestas a circular sobre su persona. Olivorio, murió en un ataque dirigido por tropas norteamericanas a su campamento ubicado en la Cordillera Central. A continuación ofrecemos a nuestros amables lectores el reporte original publicado por E. O. Garrido Puello, el 1 de julio de 1922, en la primera plana del periódico sanjuanero El Cable, basado en datos suministados por la Policía Nacional Dominicana, horas después del hecho.
Luego de 87 años transcurridos, es la primera vez que se difunde esta versión de los policías que, además de testigos, participaron del ataque donde murió Olivorio Mateo junto a uno de sus hijos y varios de sus seguidores.
El gobierno militar norteamericano tomó la decisión de atacarlo tras este rechazar la entrega de sus armas. La publicación en primera plana arroja luz sobre los últimos minutos de vida del líder mesíanico y popular más famoso del país:
Muerte de Olivorio
"El 27 de junio próximo pasado, a las seis a.m., fue asaltado el campamento de Olivorio en "El Hoyo del Infierno", corazón adentro de la Cordillera Central, por un destacamento de la P.N.D. al mando del capitan Williams y el teniente Luna.
El asalto fue precisamente en momentos en que Olivorio celebraba los oficios de su culto, ya con sus mochilas listas para cambiar el campamento de sitio.
En los disparos cruzados resultaron muertos Olivorio, su hijo Eleuterio Mateo y los nombrados Máquina y Pañero, veganos ambos, según informes.
Se ocuparon en el campo 8 revolveres, 3 carabinas 50-70, 250 tiros, 1 sable y el espadín de Olivorio.
El hecho de que se encontraran rastros de sangre por diferentes partes hace presumir que algunos se escaparon heridos, los cuales se están persiguiendo.
El cadáver de Olivorio fue traído a la población y retratado. Mucha gente asistió a verlo, dándosele sepultura en el cementerio de la ciudad. El teniente Luna fue el primer P.N.D. que subió al campamento antes del asalto.
Los datos nos fueron suministrados por el teniente Luna y el sargento Dotel, que estuvieron en la jornada.
Con la muerte de Olivorio consideramos terminada para siempre su burda religión, la que constituía un oprobio para esta Común, aunque gran parte de sus adeptos eran elementos extraños a ella.
Para el próximo número ofrecemos publicar una historia del liborismo, arrancando desde su iniciación".
Hasta aquí la información publicada por E. O. Garrido Puello en El Cable.
A diferencia del desenlace de otros enfrentamientos, la capacidad de fuego del grupo armado de Liborio esta vez resultó insuficiente para repeler con éxito la embestida del gobierno militar. El asalto fue por sorpresa, y esto también contribuyó para que no se produjeran bajas en las tropas dirigidas por los norteamericanos.
En la colección del periódico hay otras informaciones, igualmente interesantes, sobre este y otros temas.
Como certeramente apunta el amigo Sinecio Ramírez contiene un enorme caudal de datos sobre hechos ocurridos en el Sur dominicano y el país, entre 1921 y 1930: En la política, la vida económica y social, el arte, los deportes, las obras públicas y las relaciones con Haití.
En sus páginas está grabada la memoria escrita del Sur, algo que puede ser certificado por especialistas de la Academia Dominicana de Historia.
Hemos comenzado a difundir estas informaciones por internet, gracias al espíritu abierto y pluralista del director de este medio, a quien agradecemos su entusiasta colaboración.

Nota: el autor es periodista y escritor.

Dìa Internacional del blog

Del 31 de agosto hasta terminar la semana que discurre, en distintos lugares se estaràn desarrollando actividades relativas a la celebración del Día Internacional del Blog. Quizás, entre nosotros los dominicanos la agenda estará menos cargada en otras partes del mundo. Sin embargo, el momento de apareción de los blogs se ha marcado como un acontecimiento revolucionario, de grandes cambios. Estos blogs, en distints presentaciones, expresan nuevas formas de comunicarnos, nuevas formas, tal vez, de hacer periodismo, una nueva manera de ponernos en contacto. Unos para expresarse desde sus hechuras personas, desde su propia salsa hogareña, otros para manifestar su perspectiva desde sus compromisos con la sociedad, unos otros para informar y extender la labor periodística. Cualfuere el motivo, no importa. Los dejo con la siguiente dirección para encontrarnos con informaciones y discusiones diversas:
http://www.diadelblog.com Vale la pena visitarlo.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Desvestir a un santo para vestir a otro

Opinión/colaboración/
Edgar Valenzuela
La arquitecta Hanoi Sánchez ha contado con nuestro apoyo en importantes reformas urbanas introducidas, con su chispa, en San Juan de la Maguana.
La defendimos, con uñas y dientes, cuando gente de mente cuadrada intentó bloquear la construcción de la Plaza San Juan Bautista, situada a la entrada de la ciudad.
La defendimos cuando algunos envidiosos quisieron hacerle la vida imposible al iniciar la construcción de la Plaza de Anacaona, próxima a las oficinas regionales de Inespre.
Respaldamos públicamente su remodelación de la plaza levantada en homenaje a los héroes de la batalla de Santomé, próxima al sector El Corbano.
Nosotros, que nunca hemos aceptado un sólo centavo de payola de nadie, la hemos defendido anteriormente porque entendemos que es parte de la juventud progresista de nuestro pueblo. De esa juventud que merece una oportunidad para impulsar el progreso de San Juan.
No por el exclusivo hecho de ser una bella mujer ni por razones políticas.
Por eso nos ha sorprendido la noticia que ha sido desmontada la estatua del cacique Caonabo, esculpida por uno de los más geniales escultores dominicanos de todos los tiempos, Abelardo Rodríguez Urdaneta, que estaba ubicada a la entrada de las escuelas Mercedes Consuelo Matos y Francisco del Rosario Sánchez.
Consideramos que es un grave error echar lodo sobre la estatua del Caonado Encadenado, esculpida por Rodríguez Urdaneta. Esta obra de arte simboliza el momento en que el indio criollo fue vilmente engañado y encadenado por el conquistador español.
Según los datos disponibles, el propósito de esta acción es resaltar la estatua de Caonabo Libre, que Hanoi Sánchez hizo instalar en la avenida de circunsvalación.
Nada tenemos en contra de la estatua del Caonabo Libre, porque es una expresión artística que merece respeto.
Pero nada debe tener igualmente en contra, la arquitecta Hanoi Sanchez, ni ninguno de sus asesores, del Caonabo Encadenado porque es igualmente otra expresión artística, digna del mayor de los respetos.
Veamos, fríamente, por qué:
1-La estatua del Caonabo de Abelardo Rodríguez Urdaneta, ha recibido los aplausos de los más exigentes críticos de arte, nacionales e internacionales, durante más de 70 años.
2-Técnicamente, el Caonabo de Aberlardo, está excelentemente esculpido en bronce y su expresión física casi habla.
Su rostro y su cuerpo retratan el atropello comedido por los conquistadores españoles hace más de 500 años en contra de la raza indígena, en su propia tierra.
3-La historia no se puede borrar o cambiar a voluntad. Es como es, aunque no nos guste.
La raza indígena fue exterminada por los conquistadores españoles a partir del siglo XVI, y su cultura reducida a su mínima expresión. Su idioma fue próscrito y sus costumbres suplantadas.
4-El indio, verdaderamente libre, fue Enriquillo. Enriquillo se sublevó en la Sierra de Bahoruco, porque los españoles no le hicieron justicia cuando se querelló en los tribunales cuando el encomendero español le sedujó a Mencía, su mujer.
5-El cacique Caonado, aunque guapo como un león, fue engrillado y murió estando preso. No murió en combate como Guaroa.
Todo el mundo lo sabe, pues estos elementos detalles forman parte de la enseñanda que se imparte en nuestras escuelas públicas.
Por ello no hallamos explicación lógica al desmonte del Caonabo de Abelardo Rodríguez Urnadeta, y nos eriza los pelos sólo imaginar que esta estatua emblemática pueda ser mutilada o desaparecida, no se sabe atendiendo a qué motivaciones.
Esperamos que la sindica Hanoi Sánchez intervenga oportunamente en el caso.
Los verdaderos amigos deben decir lo bueno, pero no deben callar lo malo cuando la realidad así lo demanda.
Nosotros, respaldamos el progreso y la innovación, siempre que sea para mejorar.
A la hora de decorar el altar, es conveniente recordar que no es justo desvestir a un santo para vestir a otro.


El autor es periodista y escritor

martes, 11 de agosto de 2009

La visión de lo coyuntural

Angel Barriuso/opinión

Estamos repletos de estudios y propuestas de casi la totalidad de los temas en discusión, como se ha dicho en enes ocasiones. Probablemente, van y vienen cuales olas del mar o que, como una pelota de goma, rebotan o desinflan; pero nos muestra la tierra jamás sembrada, aun fértil, hasta imaginarnos a los pájaros comer del fruto que nunca nace.
Algo deja de sacudirnos. Tal vez la falta de compromiso o la conformidad con mirarnos diariamente creídos de que estamos construyendo un futuro, aunque nada más enterremos el día con el amargo sabor de la rutina. En cualquier sesenta minutos nos sentimos removiendo al mundo con arranques emocionales, sin percatarnos del todo, concentrados ciegamente en las partes, improvisando quizás en torno al tronco. La esencia. ¿Nos habremos acostumbrado a remover las hojas sin percibir al tallo? ¿Es que se nos hace imposible ir a la esencia, a la sustancia, a la propia médula?
Aprovechar las horas debería ser un lema o un principio básico para alcanzar un notable avance de personal, profesional o laboral. Cuando así actuemos estaremos implicándonos con mayor efectividad y eficiencia en cuanto a las oportunidades que se nos presentan. Por ejemplo, la convocatoria a plantear posibles soluciones a problemas estructurales se convierte en una innecesaria tarea de lo coyuntural. Volvemos a las hojas, al follaje.
¿Por qué desaprovechar momentos en que podemos replantearnos lo sustancial? ¿Acaso no hemos tenido otras tantas oportunidades para repetirnos? Probablemente nos hace falta reorganizarnos a partir de las responsabilidades, de los retos que asumiremos en relación a los objetivos que habremos de tener como país, como nación. El padre José Luís Alemán solía decir que la mirada de los dominicanos se queda en la punta de la nariz.
Robert B. Reich, en su libro “El trabajo de las naciones”, de finales del pasado siglo XX, decía – y creo que con mucha razón- que “Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad y destreza de sus ciudadanos”, y que la principal misión política de una nación consistirá en manejarse con las fuerzas centrífugas de la economía mundial que, según este autor, “romperán las ataduras que mantienen unidos a los ciudadanos”.
Con mucha falicidad nos quedamos y quedaremos atrapados en la rutina, en la cotidianidad, envueltos en un círculo vicioso, en tanto seamos incapaces de superar los límites para desbordar nuestra imaginación hacia la construcción de un futuro, el futuro deseado por la colectividad o por la suma de sus individuos en la propia diversidad.
Cualquier posibilidad de cambio se queda en un enunciado si jamás asumimos el compromiso individual en lo social con la urgencia del cambio, de la transformación del presente. Nunca un trueque ni una permuta ni un cambalache o un regateo, toda responsabilidad por las innovaciones atraviesa por la decisión inmaculada de asumir los retos y/o desafíos en dirección al qué queremos y cómo lo lograremos.

lunes, 3 de agosto de 2009

Huesín

cuento/angel barriuso

La mujer, morena, alta y pelo crespo, con ojos saltones en una cara alargada, dejó a la niña en medio de la calle, y gritó: ¡Diablo, llévatela! Y el viento chilló fuerte, un rugido. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y el viento volvió a rugir. La niña triste e indefensa, tal vez con seis años de edad, flacucha y probablemente enfermiza, de un algo que nunca se le curaba desde su nacimiento, quedó sola entre los soplos fuertes del viento.
Un huracán fue anunciado para aquella tarde. El cielo, nublado, y las nubes negras… girando en todas las direcciones. Y las casuchas, todas, con las puertas cerradas, ninguna casa con sus puertas entreabiertas. Todas herméticas y nadie, absolutamente nadie, en la calle, excepto aquella niña dejada por la madre, la mujer que huyó despavorida, posiblemente invocando piedad, con las manos apretándose la cabeza, cual sosteniéndola al tronco de su cuerpo. Su cabello medio estirado, los pies descalzos, siempre de espalda a la niña, nunca más miró hacia atrás. La mujer corrió, corría, y asustada se escondió en la casa, en su hogar vacío, y cerró puertas y ventanas como lo hicieron sus vecinos.
¡Mami, maaami, maaaaaamiiiii…!
Creyó oír la vocecilla de la niña, y el viento fuerte chocaba con las paredes. Se devolvía violento. Una llovizna. La vocecilla se fue perdiendo en el soplo. Nunca antes más indefensa que ahora. ¿Cómo pudo la madre dejar aquella niña, su hija, a la voluntad de algo que estaba fuera de su control? ¿Cómo pudo encomendarla a los espíritus, a las leyendas, a Dios y al demonio? ¿Qué pudo perturbar la tranquilidad de aquella mujer corpulenta, de piernas fuertes? La llovizna dejó de ser tan simple y común, pronto se convirtió en una aguacero fuerte, amenazador. Mucho agua, fuertes vientos. Era el mes de septiembre, cuando los huracanes atraviesan su ruta de todos los años. Y la niña allí, tiesa, probablemente llena de dudas y tal vez con los ojos cerrados como si quisiera jamás ver la tragedia que asoma. ¿Tenía padre, algún hermanito o algún amiguito?
Huesín era su apodo, y ya habrá de imaginarse las razones. La madre, quejosa, buscó remedios sobrenaturales a males que decía eran incurables. Se cansó de los médicos, ningún doctor la convenció de cualquier medicina, en consecuencia recurrió a los curanderos, gente dedicada a curar mediante el uso de hierbas y pócimas, porque al final de las cuentas la mujer, aquella madre perpleja, que apostó al Diablo y a Dios, sin importarle quien actuara primero, estuvo convencida de que la niña era víctima de un mal de ojo de cualquier otra mujer celosa, porque cuando conoció al que cree es el padre de la niña había conocido al hombre con dinero, y a este hombre llevó a la cama. Este la acompañó en cierta noche que al decir de mucha gente su macho y ella cerraron un bar hasta la mañana siguiente, cuando medio dormitando dejaron el lugar y el sol los descompuso a ambos. Esta, se dijo, era una mujer de dichas. En la noche siguiente dejó a San Pedro de Macorís rumbo a la capital, y la cita estaba hecha con otro don Señor, y también amaneció en circunstancias que jamás fueron contadas. Con uno y otro hombre anduvo sin dejar el ánimo en la calle. Fiesta, rones, cervezas, sin horas ni fechas en el almanaque, hasta que unos meses después ni uno ni otro hombre. Estaba preñada. Estaba sola y estuvo sola al momento del parto. E igualmente sola cuando dejó a la niña en la calle justo el día en que se anunciaba el paso de un huracán.
La historia entre vecinos es confusa respecto a la enfermedad de Huesín. Hay quienes aseguran que la niña vino así del embarazo. Otros acusan a la mujer de descuidarse por atenderse ella, sólo ella. La mujer, al perder sus encantos por el embarazo, se miró a sí con desdén y muy a pesar de los consejos jamás se provocó un aborto debido a sus dudas por el supuesto padre de la niña. Si fue el don Señor de la capital o el hombre importante que en San Pedro de Macorís cerró el bar para emborrarse junto a su mujer sin que nadie, absolutamente nadie, los molestara. Y sólo vieron la luz a las seis de la mañana, cuando el sol los despertó de muy mala manera en la calle. Y cuando la niña nació, tan espantosamente delgaducha, la mujer quiso recuperar los nueve meses que creyó perdidos. Desde muy temprano de la mañana, medio recostada a su sombra, se peinaba horas muertas delante de un espejo grande. Se coloreaba la cara como en sus buenos tiempos, y al atardecer se acomodaba en una mecedora en puerta de su la casa, convencida de que los tiempos nunca son recuerdos, que cualquier tiempo pasado nunca sería mejor que ahora. La niña lloraba, y era música lejana en su oído.
Y he aquí a la mujer, cansada, triste y descalza, con los ojos desorbitados, y en medio del viento fuerte de un huracán. ¡Dios, sálvala si tú la quieres! Y la niña indecisa, con sus manos en un solo puño debajo de su garganta, retorciéndose de frío o de miedo. La lluvia iba en aumento. ¡Diablo, llévatela si tu la quieres!, y una frase y la otra retumbaba en su casa, cual eco ruidoso. El viento parecía gritar. Huesín cayó al suelo, y volvió a escucharse su voz, tan débil…un gemido. La madre, tratando de incorporarse, miró a la calle, no la vio. Huesín, atrapada entre el viento y la lluvia fuerte. ¡Diablo! ¡Dios!, se repetían palabras dentro de la cabeza de la mujer. Era la madre llena de angustia, era la madre infeliz, sollozante, derrotada, entre cuatro paredes. Sola. Volvió a la ventana, la niña no estaba. Llovía. ¡El viento! La mujer, con una mirada perdida, abrió la puerta, cual si desafiara la furia del viento. Miró allá, allí, a un lado, al otro. La niña no estaba. El viento, la lluvia, la niña no estaba. Furiosa la mujer se colocó exactamente en medio de la calle, justamente donde creyó haber dejado a la niña, hasta que mojada, empapada de agua y sintiéndose perdida, volvió a escuchar un gemido. ¡Maaaamiiiiiii! Y de un salto brusco tomó a la niña sin distinguir el lugar ni cómo estaba Huesín…la abrazó. ¡Mi niña, mi niña, mi niña! Y la niña se aferró a los senos de la madre, la mujer miró a la niña. La alegría parecía posarse en el rostro de la madre, mojado de lluvia y lágrimas. Recuperada. La mujer la sintió en su estómago, dentro, en las entrañas. La madre corría contra el viento en dirección a la casa. ¡Dios, Dios….es mi niña! Y luchaba contra el viento y la lluvia. ¡Dios, Dios…es mi niña!